Más de 800 años antes de Cristo, los etruscos introdujeron en Italia la adopción del hierro para la forja de sus armas y herramientas. Su excelente capacidad de construcción naval también les dotó de una superioridad tecnológica evidente en la península hasta que los romanos se la disputaron. Finalmente fueron asimilados, inoculando en el corazón romano buena parte del espíritu ingeniero con el que estos fraguarían y edificarían su imperio.
A más de 800 grados Celsius, los romanos dominaron con solvencia la descomposición de la piedra caliza en cal viva y dióxido de carbono. Con este proceso, fabricaban en el mortero su famoso cemento, el opus caementicium, mezclando la cal viva como aglutinante con rocas volcánicas (puzolana). Sus grandes proyectos de ingeniería se sirvieron de él para levantar sus grandes acueductos y sus longevas obras monumentales que pasarían a la historia.
Más de 800 metros cuadrados cubre la superficie de la imponente Santa Sofía, Hagia Sophia, la gran catedral dedicada a la Sabiduría y edificada en el tardío Imperio romano de oriente, que sería después conocido como Imperio Bizantino. Con su enorme cúpula, esta construcción reflejó su grandeza cultural y técnica, síntesis de su ingeniería, su estética y su devoción, que después sería convertida en mezquita con la toma de Constantinopla a partir de 1453.
800 años antes, en el 653, bajo el califato de Uthman ibn Affan, se confeccionó la versión canónica del Corán ante la vertiginosa expansión del islam, lo que permitió dar cierta cohesión al mundo musulmán durante siglos. Su máximo esplendor lo conoció probablemente bajo la edad de oro del Califato Abbasí, con Bagdad como centro sin igual en cultura, comercio y ciencia. Los musulmanes lideraron muchos avances en matemáticas, astronomía y medicina. De hecho, la Universidad de Al-Qarawiyyin en Fez, Marruecos, fundada inicialmente como madrasa, se considera una de las universidades más antiguas del mundo.
Con ella rivalizaron las viejas universidades europeas que, en el año 800 d.C., comenzaban a pergeñarse: el día de Navidad de aquel año, Carlomagno era coronado como “Emperador de los Romanos” por el Papa León III. Este significativo evento marcó el renacimiento del Imperio Romano de Occidente bajo su figura, precedente del Sacro Imperio Romano Germánico. En su corte destacó Alcuino de York, filósofo y teólogo que promovió la educación y el aprendizaje, contribuyendo al llamado Renacimiento carolingio: sus escuelas catedralicias establecerían una red de aprendizaje a través del latín como lengua franca a escala europea, anticipando la aparición de las viejas Universidades del continente, la República de las letras y las bases para los avances científicos y tecnológicos posteriores que germinarían particularmente en suelo europeo. El creciente intercambio de información, especialmente tras la llegada de la imprenta, sería decisivo.
A casi 800 millas de la coronación de Carlomagno en Roma, en una pequeña población alemana, Maguncia, un experimentado orfebre llamado Johannes Gutenberg se las ingenió para desarrollar, a mediados del siglo XV, una prensa de tipos móviles metálicos que permitió la producción masiva y rápida de libros y otros documentos. La imprenta revolucionó la difusión del conocimiento y marcó, en cierto sentido, el comienzo de la era de la información en Europa.
A 800 Megahercios en el espectro electromagnético es a la frecuencia en torno a la que se ha transmitido la información en señales de radio, televisión y, más recientemente, telefonía móvil. Las razones estriban fundamentalmente en que en esta banda de frecuencias puede hallarse un equilibrio enfrentado entre cobertura (propagándose a largas distancias) y penetración (atravesando obstáculos como edificios y vegetación). Con la transición de la televisión analógica a la digital, esta banda quedó liberada y pudo reaprovecharse para servicios de telecomunicaciones móviles, incluyendo 4G y 5G, mejorando así la disponibilidad y calidad de la conectividad inalámbrica, cuyo tráfico creció enormemente aprovechando a su vez las capacidades crecientes en las redes troncales que proporcionó la fibra óptica.
A más de 800 nanómetros de longitud de onda se ubica la primera de las dos “ventanas” en las que la transmisión de pulsos de luz a través de la fibra óptica se vuelve más factible. En ellas, la atenuación de la señal es mínima, permitiendo que los datos viajen grandes distancias sin degradarse significativamente. Esta propiedad es crucial para la comunicación global, ya que posibilita la transmisión de grandes volúmenes de información a velocidades extremadamente altas, conectando continentes y permitiendo el intercambio casi instantáneo de datos. Esta fibra óptica, optimizada para estas longitudes de onda, forma la columna vertebral de la infraestructura de telecomunicaciones moderna, soportando desde las comunicaciones móviles hasta el tráfico masivo de datos en la red. Sin ellas no existiría hoy ni Internet. Ni Substack.
Gracias a ello, más de 800 suscriptores han decidido sumarse hasta hoy a esta newsletter de Ingeniero de letras que pretende entretener y dejarse arrastrar por la posibilidad de explorar conexiones entre múltiples disciplinas como la historia, la tecnología, la ciencia, la economía o la filosofía.
Y como unos cuantos os habéis sumado en las últimas semanas, en estos días de descanso y vacaciones, aprovecho la publicación semanal para dejaros algunas referencias a las publicaciones más agradecidas y visitadas en estos meses que lleva rodando Ingeniero de letras. A propósito del 800…
Gracias a todos
Para empezar, porque tampoco conviene obsesionarse con el número de suscriptores. Los más de 800 no han sido más que una excusa para seguir hilando curiosidades. No vaya a ser que caigamos en la paradoja de convertir las medidas en objetivos:
Pero también porque en torno al 800 d.C., una de las innovaciones más significativas de la historia fue la adopción formal del papel moneda en China. Junto a él, muchos otros inventos consolidaron una milenaria tradición a la que el gigante asiático renunció justo cuando se abría la primera globalización:
Y es que la tecnología ha cambiado muchas cosas, ampliando nuestros radios de acción y nuestra capacidad para penetrar en los arcanos de la naturaleza, desde los más pequeños hasta los más descomunales. Seríamos incapaces de detectar que existen más de 800 especies de bacterias en nuestras bocas, formando un ecosistema complejo que es esencial para nuestra salud, si no hubiera sido por el bueno de Leeuwenhoek que nos abrió con su microscopio el universo de la microbiología.
La tecnología también ha transformado nuestra forma de estar en el mundo, desde que nos forjamos como especie perfilando con ella nuestra alimentación y nuestro cerebro. De hecho, el eficaz cerebro humano tarda aproximadamente 800 milisegundos en procesar imágenes visuales complejas, algo fundamental en situaciones en las que nuestro tiempo de reacción es determinante. Pero la tecnología afecta incluso a nuestra propia percepción del tiempo, desde los relojes medievales hasta el presentismo digital de nuestros días:
Este impacto de la tecnología produce vértigo. Como el que nos asalta cuando leemos sobre los 800 millones de empleos que la IA podría llegar a automatizar en todo el mundo. Pero el trasfondo de este temor no es solo económico sino también filosófico:
Porque al fin y al cabo la filosofía formula preguntas más que respuestas y nos asiste sin satisfacernos del todo. Casi vivió 800 meses aquel poeta que murió en el exilio, Antonio Machado, y que nos invitó a buscar la verdad sabiendo siempre que entre extremismos debemos buscar permanentemente un equilibrio ingrato, inestable y necesario.
Porque la reflexión no debe contentarse con el juego de salón de nuestra escritura y nuestra lectura, y debe atender a la realidad que llama a nuestra puerta. Y a nuestras fronteras. Cada cuatrimestre más de 800.000 inmigrantes llegan a Europa en los últimos años cuestionando nuestro papel global y nuestra respuesta.
Aunque siempre seguiremos abiertos al misterio insondable que azuza nuestra curiosidad y nos deja absortos ante la belleza, esa que también se halla en las proporciones y los números. Como el 800, número de Harshad, por ser divisible entre la suma de sus dígitos, además de ser resultado de un armónico y bello producto de números primos:
Ja ja ja, muy ingenioso, y menos mal que no has puesto 800 curiosidades! 😵
Amé como conectaste ese número de tan variadas formas, muchas felicidades por llegar a esos suscriptores, sin duda es por la calidad de la escritura. Gracias!