Siempre he pensado que el hombre se acabará destruyendo a sí mismo. Que el recurso de la inteligencia no está siendo bien aprovechada para un mundo mejor. Somos nuestro peor enemigo, en realidad.
Leyendo lo de Chernobyl, creo que no hace falta ir tan lejos. Hace 5 años el mundo se paró con el Covid-19. El mundo pudo resurgir alegre sin las manos locas del hombre. Yo lo vi en el mar, lo vi en los bosques, lo vi en el aire. Un mundo de nuevo virgen. Duró lo que tardamos en volver a perder el miedo.
Además de las grandes obras de ingeniería, creo que merece una mención especial toda la gran red de diques de Países Bajos. Tanto el Plan Delta de defensa contra el mar, como el plan Zuiderzee con el que los neerlandeses consiguieron reclamar al mar más territorio que ningún otro país en la historia (los famosos podlers).
Con todo esto que te leo, me recuerdas muchos artículos que tengo aparcados, sobre todos estos proyectos de ingeniería neerladeses, sobre el canal de Panamá y el canal de Suez (y algunas alternativas históricas). Tengo que ver sobre qué escribir primero, si eso o mi querido acueducto ;)
Un texto que demuestra que las palancas no son solo físicas: también son culturales!! La ingeniería como narrativa capaz de mover no solo el mundo, sino la percepción que tenemos de él...
Impresionante cómo un simple principio de la física, formulado hace más de dos mil años, sirve de hilo conductor para reflexionar sobre la escala de nuestra influencia en el planeta. De la palanca de Arquímedes a la presa de las Tres Gargantas, pasando por Chernóbil, queda claro que nuestra huella técnica es tan capaz de maravillas como de heridas. El reto ya no es mover el mundo, sino decidir hacia dónde.
Gracias, Javier. Nos anclamos a convenciones como que el Norte tiene que estar siempre en el mismo lugar, o los días durar 24 horas. O que el mundo diseñado por los humanos es mejor que el natural. Tu ingeniería humanística es un soplo de aire fresco en plena canícula estival (en sentido amplio).
Hay puntos de apoyo que ayudan a levantarse los sábados en este estropeado mundo. ¡Gracias por estos magníficos textos!
Siempre he pensado que el hombre se acabará destruyendo a sí mismo. Que el recurso de la inteligencia no está siendo bien aprovechada para un mundo mejor. Somos nuestro peor enemigo, en realidad.
Leyendo lo de Chernobyl, creo que no hace falta ir tan lejos. Hace 5 años el mundo se paró con el Covid-19. El mundo pudo resurgir alegre sin las manos locas del hombre. Yo lo vi en el mar, lo vi en los bosques, lo vi en el aire. Un mundo de nuevo virgen. Duró lo que tardamos en volver a perder el miedo.
Además de las grandes obras de ingeniería, creo que merece una mención especial toda la gran red de diques de Países Bajos. Tanto el Plan Delta de defensa contra el mar, como el plan Zuiderzee con el que los neerlandeses consiguieron reclamar al mar más territorio que ningún otro país en la historia (los famosos podlers).
Con todo esto que te leo, me recuerdas muchos artículos que tengo aparcados, sobre todos estos proyectos de ingeniería neerladeses, sobre el canal de Panamá y el canal de Suez (y algunas alternativas históricas). Tengo que ver sobre qué escribir primero, si eso o mi querido acueducto ;)
Todo huele muy bien. Lo estaremos esperando.
Un texto que demuestra que las palancas no son solo físicas: también son culturales!! La ingeniería como narrativa capaz de mover no solo el mundo, sino la percepción que tenemos de él...
Impresionante cómo un simple principio de la física, formulado hace más de dos mil años, sirve de hilo conductor para reflexionar sobre la escala de nuestra influencia en el planeta. De la palanca de Arquímedes a la presa de las Tres Gargantas, pasando por Chernóbil, queda claro que nuestra huella técnica es tan capaz de maravillas como de heridas. El reto ya no es mover el mundo, sino decidir hacia dónde.
Gracias, Javier. Nos anclamos a convenciones como que el Norte tiene que estar siempre en el mismo lugar, o los días durar 24 horas. O que el mundo diseñado por los humanos es mejor que el natural. Tu ingeniería humanística es un soplo de aire fresco en plena canícula estival (en sentido amplio).