Lanzaron una moneda al aire para decidir en qué orden aparecerían sus nombres firmando aquel artículo que habían escrito a medias. Llevaba por título “Creencia en la ley de los números pequeños”. Ganó Amos, por azar, y su sigla y su apellido se deslizaron los primeros bajo aquel título. Daniel salió tras él. El artículo, breve pero refrescante, jugaba con su título al engaño y abordaba la frecuente interpretación estadísticamente errónea en que incurrimos cuando tratamos pequeñas muestras como si fueran representativas del todo. La ley de los grandes números no se cumple en los pequeños.
Era 1969 y el artículo logró notoriedad trascendiendo aquel boletín de psicología de la Universidad Hebrea de Jerusalén. Muy pronto, comenzaron a surgir nuevos trabajos en esta colaboración que se volvería cada vez más estrecha. Amos y Daniel se abalanzaron, con las matemáticas en una mano y los experimentos con sujetos en la otra, sobre la identificación de heurísticas y atajos mentales que utilizamos para hacer juicios rápidos y que, con frecuencia, nos llevan a errores sistemáticos. A los pocos años, en 1972, formularon conjuntamente el concepto de sesgo cognitivo. Y los artículos fueron sucediéndose, entonces, alternando los apellidos en la firma. No hizo falta volver a lanzar la moneda. La conocida como teoría prospectiva (1979) reuniría el corazón de estos trabajos.
La intensa colaboración de los psicólogos Daniel Kahneman y Amos Tversky resultó enormemente fructífera. En apenas una década desengañaron al mundo, dejando una huella indeleble en la intersección de la psicología y la economía, y reformulando nuestra comprensión de la racionalidad humana. Su trabajo fue muy influyente, descolocando a las teorías económicas predominantes que habían presumido en gran medida la racionalidad de todos los actores. Pero no somos en absoluto racionales. Al tomar decisiones bajo incertidumbre, frecuentemente nos desviamos de los principios básicos de la probabilidad en favor de estos atajos heurísticos. Labrados quizá por la selección natural en condiciones extremas de supervivencia, estos juicios rápidos y eficientes resultan imprecisos y erróneos en muchas situaciones. Estamos condicionados de forma ostensible por la información disponible o por nuestras expectativas en un corto plazo. Esta mala ponderación del juicio requiere una atención permanente.
La aversión a la pérdida
Uno de los más conocidos fue el de la aversión a la pérdida. Este concepto se refiere a la tendencia de las personas a preferir evitar pérdidas a obtener ganancias equivalentes; es decir, el desagrado por perder es más fuerte que el placer por ganar. En un famoso experimento, Tversky y Kahneman presentaron a unos participantes dos escenarios en cada uno de los cuales debían optar entre dos opciones:
A pesar de que las probabilidades eran equivalentes en términos de valor esperado en ambos escenarios, la mayoría de los sujetos prefirieron la opción segura en el escenario 1 (opción A) y la apuesta en el escenario 2 (opción B). Este fenómeno es crucial para entender el comportamiento del mercado financiero, especialmente en situaciones de crisis, donde el miedo a perder puede irracionalmente influir en las decisiones de inversión y precipitar reacciones de venta masiva.
Sobre este concepto, desarrollaron la idea de la aversión miope a las pérdidas (MLA) como una extensión que se refiere a cómo las personas tienden a centrarse más en las pérdidas y ganancias a corto plazo que en los resultados a largo plazo. En un estudio, demostraron cómo los participantes eran más propensos a apostar después de perder dinero en la ronda anterior y más reacios a hacerlo tras haber ganado. Este comportamiento resalta cómo los resultados recientes pueden influir de manera significativa en la toma de decisiones futuras. Preferimos arriesgar cuando hemos perdido y conservar cuando ya hemos ganado. Pájaro en mano.
En esa línea, diversos artículos han mostrado cómo el periodismo económico está más sesgado a publicar noticias negativas sobre el mercado que positivas, porque los editores temen animar a los lectores a comprar un activo y hacerles perder dinero y prefieren transmitirles prudencia aunque con ello pierdan la oportunidad de obtener una ganancia. ¿Hablamos de los meteorólogos arruinando vacaciones con sus predicciones excesivamente optimistas?
La regresión a la media
Galton había desarrollado ya el concepto de regresión a la media a finales del XIX, pero Tversky y Kahneman mostraron cómo nos resistimos a apreciar este fenómeno estadístico interpretando erróneamente las secuencias de eventos aleatorios. Como somos capaces de construir explicaciones cuando surge un evento sorpresivo y singular (y a la IA le cuesta más predecirlos y barajarlos como hipótesis), solemos tender a sobrevalorar nuestras explicaciones. Sin embargo, se comprueba que, tras un evento extremo, es probable que los siguientes resultados se vuelvan a acercar más a un promedio histórico.
Por ejemplo, si un deportista o un inversor obtienen un rendimiento excepcionalmente alto en un año, es probable que este desempeño sea parte de una variabilidad normal y no necesariamente resultado de una habilidad extraordinaria. Ni tanto, ni tan calvo. Esta moderación que eduque nuestras expectativas requiere con frecuencia de un largo proceso de maduración y de un ejercicio honesto de pensamiento crítico, pudiendo ser muy relevante en nuestras decisiones, tanto en finanzas como en la vida cotidiana. Pero suele abundar la inercia mental. Por eso, cuando una vez a Tversky le preguntaron por la inteligencia artificial se desmarcó de forma elegante: “nosotros estudiamos la estupidez humana”.
El distanciamiento y la ilusión del enfoque
Según cuentan, a partir de 1980 y a pesar de su meteórica colaboración y amistad, Kahneman y Tversky fueron distanciándose. Conforme su fama y reconocimiento aumentaron, las tensiones sobre el crédito de sus contribuciones individuales comenzó a surgir. Quizá fuera que su distinta percepción estaba sesgada. O que Tversky, que al parecer era extrovertido y directo, comenzó a tener más visibilidad, afectando a Kahneman, más introvertido y sensible a las dinámicas de reconocimiento y valoración en el mundo académico. El caso es que Tversky se marchó a California y Kahneman continuó en Nueva Jersey, y la distancia favoreció el enfriamiento.
En 1996, a Tversky le sorprendió un devastador cáncer, cuando todavía no había alcanzado ni los sesenta años. Esto sin duda afectó a Kahneman. Un par de años después daba a conocer su concepto de ilusión del enfoque, aquella tendencia de las personas a sobrestimar la importancia de un evento o un objeto específico mientras ignoran el contexto más amplio, paradigmáticamente ejemplificadas en cómo valoramos lo que nos hace realmente felices o infelices. Este sesgo puede llevar a juicios erróneos y decisiones subóptimas, especialmente cuando las personas se concentran en información inmediata y destacada en detrimento de un análisis más equilibrado y completo. Al concentrarnos en lo que es fácilmente perceptible, a menudo ignoramos otros factores ocultos que podrían ser más significativos.
En esta idea resonaba algo de aquella filosofía estoica, que hace más de veinte siglos enseñaba la importancia de enfocarse en lo que podemos controlar y aceptar lo que no podemos, reconociendo que a menudo nos preocupamos o nos distraemos por cosas externas y superficiales que están fuera de nuestro control, en lugar de concentrarnos en nuestra propia capacidad de respuesta y actitud interna, que sí podemos controlar. Aquella idea de que aunque no podamos controlar el viento, podemos orientar las velas.
Kahneman probablemente tomó perspectiva con la muerte de Tversky, y meditó sobre el protagonismo con el que parecía haberle eclipsado y que le provocó insatisfacción. No era racional hacer que la felicidad dependiera de momentos cercanos y puntuales, que suelen estar sobrerrepresentados en nuestra imaginación. Nada en la vida es tan importante como creemos que es cuando estamos pensando en ello.
Fue entonces cuando aquella moneda que habían lanzado en 1969 y que había puesto a Tversky por delante, regresó a la media: En 2002, Kahneman recibió el premio Nobel de Economía por el trabajo que realizó en colaboración con Tversky, considerándole pionero en la consolidación de la economía conductual. Los premios Nobel no se otorgan póstumamente, así que aquel baile de la moneda que había decantado a Tversky al comienzo de su andadura, y que se alternó durante años en publicaciones, acabó regresando a la media y fue el momento de Kahneman. Un psicólogo ganando un Nobel de Economía, que además se sentía en deuda: “Siento que es un premio conjunto. Estuvimos hermanados durante más de una década”, concedió.
Necesitan una historia
Hace unos pocos días supimos que Daniel Kahneman nos dejó a la edad de 90 años. En sus últimos años, publicó una obra divulgativa que se convirtió en un bestseller haciéndose eco de sus investigaciones: “Pensar rápido, pensar despacio” (2011). En ella, nos invitaba a comprender la cognición humana bajo una dualidad de dos sistemas: El Sistema 1 opera de manera rápida y automática, con poco o ningún esfuerzo y sin sentido voluntario de control, mientras que el Sistema 2 presta atención a las actividades mentales esforzadas, siendo asociado con el pensamiento crítico. Este modelo ha servido para explicar cómo los sesgos cognitivos, originados en el Sistema 1, pueden llevar a conclusiones erróneas incluso en individuos altamente educados y entrenados en lógica y matemáticas.
El trabajo de Kahneman y de Tversky revolucionó no solo la economía y la psicología, sino también campos tan diversos como la salud pública, la política y el marketing. Su análisis sobre cómo se toman las decisiones ha obligado a reconsiderar modelos económicos y a admitir que, para comprender verdaderamente la economía y la toma de decisiones en general, debemos primero entender los intrincados procesos de nuestra mente. En buena medida porque las personas, como tanto reiteraron, no elegimos “cosas” sino “descripciones de cosas”. O en palabras de Kahneman: “Nadie toma una decisión por un número. Necesitan una historia”. Por eso la capacidad de persuasión y de construcción de un relato creíble son determinantes en nuestra especie. Para autoconvencernos solemos contarnos un relato, y no tanto esforzarnos en hacer un cálculo racional, lo que nos hace dependientes de cómo percibimos y reaccionamos emocionalmente a nuestro entorno. Por ello, es fundamental gestionar nuestras emociones y expectativas de forma crítica para tomar decisiones más informadas y efectivas.
Cierro con una última reflexión sobre esta exhortación por el pensamiento crítico, para el que resulta enormemente inspirador el tándem que formaron nuestros protagonistas: Tversky, inteligente y arrogante, devastador con el oponente intelectual, persuasivo y brillante; Kahneman, acaso aún más inteligente, pero siempre dubitativo, excelente en detectar los errores, en poner en duda las teorías, hasta el punto de sentirse inseguro. Así confesaba: “Era gratificante sentirme como Amos, más listo que casi cualquiera. Había algo liberador en ser arrogante”. Ejercer ese pensamiento crítico requiere de ese delicado equilibrio que debe cuestionar todo con firmeza, especialmente y empezando por uno mismo. Y que caras y cruces se alternen a pares para mostrar que la moneda siempre sabe regresar a su equilibrio.
Hace años también que se identificó también que los CEOs, grandes medios y directivos emplean un lenguaje suave y aséptico... para no asustar al algoritmo. La Bolsa está muy indexada, y palabras gruesas pueden desembocar en una catástrofe, y más hoy en día que todo queda grabado y transcrito.
Buen artículo.
Bárbaro. Genial homenaje a dos grandes académicos.