Desempolvando las viejas fábulas de Esopo, se cuenta la de aquel cuervo sediento que un día se encontró con un jarro que contenía un poco de agua en su fondo. A pesar de sus denodados esfuerzos, no podía alcanzarla con su pico. Pero no se rindió. La sed apretaba y le azuzó el ingenio: Esopo relataba cómo el ave empezó a recoger pequeñas piedras, dejándolas caer una por una dentro del jarro. Poco a poco, el nivel del agua ascendió lo suficiente como para que el cuervo pudiera beber y saciar su sed. La moraleja de la fábula es variopinta. Algunos hablan del valor de la inteligencia. Otros de la perseverancia. Pero seguramente la principal fuera la idea de que cuando la necesidad aprieta tanto, hasta los cuervos, animales singularmente inteligentes por otra parte, son capaces de innovar.
Platón estaba sin duda familiarizado con estas fábulas de Esopo, a las que mentó en más de una ocasión. Inspirado acaso en esta, en un conocido pasaje de la República, escribió que “el verdadero creador es la necesidad, que es la madre de nuestro invento”. De ahí que, con frecuencia, se le atribuya haber sido el padre de aquella frase que reza que la necesidad es la madre de la invención. Y es que, efectivamente, tanto desde una perspectiva biológica como cultural, la necesidad ha sido en gran medida el motor central que impulsa la innovación, permitiendo a las sociedades no solo sobrevivir sino prosperar.
En ocasiones, esta necesidad es la simple respuesta a una apetencia del mercado más o menos artificial, especialmente en nuestros días. Pero en otras circunstancias, cuando la necesidad es verdaderamente extrema, actúa como un catalizador innegable que empuja a las personas a buscar soluciones sorprendentemente innovadoras. Desde el uso de herramientas primitivas hasta el desarrollo de tecnologías avanzadas, la historia humana está repleta de ejemplos donde la presión de las circunstancias ha dado lugar a avances significativos y geniales. Comenzando por atender a las necesidades más básicas.
El frío y el hambre
Aunque algún día le dedicaré una publicación en exclusiva, es inevitable hacer alusión aquí a aquel período en el que neandertales y sapiens se toparon por los bosques y las praderas europeas hace unos 60.000 años. Conviviendo e incluso hibridándose entre ellos, los neandertales finalmente desaparecieron hace unos 40.000 años. Las diversas teorías apuntan a que fue un fenómeno multicausal sobre el que aún no existe un consenso unánime.
No obstante, estas causas coinciden en que hicieron progresar a los sapiens en detrimento de los extintos neandertales. Algunas apuntan a sus genes, pues los neandertales pudieron sufrir enfermedades transmitidas por patógenos ante los que los sapiens lograron o habían logrado ya desarrollar cierta inmunidad o mayor resiliencia, gracias a su movilidad y dispersión. Otras causas remiten a que fueron otros factores externos los que incentivaron una innovación entre los sapiens a la que los neandertales no supieron seguir el ritmo.
Así, se apunta a que un abrupto cambio climático en el seno de los períodos glaciares o incluso alguna catástrofe de tipo volcánico pudo haber causado un enfriamiento drástico, reduciendo los recursos disponibles. Ante esta situación, el frío y el hambre azotaron a las poblaciones de ambas especies. Los sapiens, más eficaces en su capacidad para emplear el lenguaje y el pensamiento simbólico, aumentaron su nivel de cooperación y al mismo tiempo compitieron más intensamente por la localización de manadas que cazar o frutos que recolectar. La violencia probablemente tuvo un papel relevante, y las armas y las herramientas de caza de los sapiens contribuyeron a marcar la diferencia.
El caso es que las poblaciones de neandertales parece que fueron incapaces de diversificarse lo suficiente, entrando en procesos de endogamia e incluso de canibalismo. La falta de una diversidad suficiente les impidió innovar, y el aislamiento progresivo de sus poblaciones acabó extinguiéndoles. Antes, sin embargo, experimentaron un proceso corto pero productivo de mestizaje con los sapiens. Ya dice el proverbio que, si no puedes con ellos, únete a ellos.
La necesidad aupó a los Homo sapiens, que desarrollaron herramientas más avanzadas, técnicas de caza más eficientes y mostraron una mayor capacidad cognitiva y unas redes sociales más amplias. Pero la cobertura cultural de las necesidades de esta especie no había hecho más que comenzar.
Piedras nuevas
Evidentemente, los sapiens siguieron en su régimen de caza y recolección enormemente expuestos a la intemperie durante casi treinta milenios más. Pero unas nuevas circunstancias parecieron empujarles hasta el lento y gradual proceso histórico de la Revolución Neolítica. Este fenómeno supuso la transición de muchas culturas humanas basadas en un estilo nómada de vida, de caza y recolección a la agricultura y el asentamiento, permitiendo el aumento de la población. La domesticación de plantas y animales permitió el establecimiento de comunidades sedentarias, dando lugar a la producción de excedentes, lo que a su vez impulsó el desarrollo de sociedades complejas, especialización del trabajo, y avances tecnológicos y sociales significativos.
Aunque este proceso no fue uniforme, temporal ni espacialmente, algunas teorías explican que la agricultura surgió a partir de la emergencia de unas determinadas necesidades. Ciertamente, parece que el cambio hacia un clima más favorable permitió que aparecieran y cristalizaran esta serie de innovaciones que aumentaban la productividad. Pero, al mismo tiempo, este viento favorable había expuesto a las poblaciones de cazadores-recolectores al desafío de la trampa maltusiana: mayor disponibilidad de flora y fauna había disparado inicialmente su población; pero esta crecía aún más que los recursos, surgiendo la necesidad de soportarla bien compitiendo más intensamente con otros grupos, bien aumentando más su capacidad de recolección, caza… o producción.
Este cambio forzó a los Homo sapiens a desarrollar nuevas tecnologías, incluyendo la mejora de herramientas de piedra pulida, que fue bautizada por los investigadores como piedra nueva, neo-lithos. Estas innovaciones acabaron confluyendo en la agricultura y en su mayor eficiencia, con el almacenamiento de alimentos, facilitando el surgimiento de asentamientos permanentes y el crecimiento de sus poblaciones. Así, la desaparición de la megafauna que en buena medida había alimentado a sus antepasados, obligó a los humanos a encontrar nuevas fuentes de alimento, como el cultivo y la domesticación.
La agricultura trajo consigo una serie de necesidades nuevas que se vieron aparejadas por innovaciones tecnológicas, como la rueda, que a su vez mejoraron la productividad agrícola. Además, la necesidad de gestionar grandes cantidades de alimentos llevó al desarrollo de sistemas de almacenamiento y técnicas de conservación, como el secado o el ahumado. Ello tuvo un impacto profundo en la organización social. Las sociedades agrícolas necesitaban coordinación para manejar las labores del campo y la distribución de alimentos, lo que llevó al desarrollo de estructuras sociales más complejas y jerarquizadas. La gestión de un sistema más complejo de producción e intercambio fraguó la aparición de la escritura, de la que un día hablaremos.
De forma que fue la necesidad la que empujo a las primeras comunidades agrícolas a que establecieran las bases de la civilización, permitiendo la creación de estructuras políticas centralizadas, ideologías jerárquicas, y una mayor densidad de población, en una evidente tendencia al crecimiento de la complejidad. Pero la amenaza de la trampa maltusiana siguió latiendo durante milenios y la innovación salió a su paso.
Remover la tierra
Las civilizaciones emergentes de la antigüedad como las de Egipto, Mesopotamia y Roma fueron perfeccionando sus técnicas agrícolas para soportar sus crecientes poblaciones. El caso de la ciudad de Roma fue emblemático, alcanzando el millón de personas entre los siglos I y II. Incapaz de competir con la mano de obra esclava, buena parte de la población era mantenida con raciones de pan y una logística impresionante que importaba grano y productos de todo el imperio, particularmente de Egipto y Siria.
Sin embargo, para soportar este desafío, fue determinante el perfeccionamiento de un instrumento que, aunque no fue un invento propiamente romano, adoptó su nombre: el llamado arado romano, y particularmente el arado de vertedera, aglutinó una serie de mejoras sustanciales que permitieron una labranza más eficiente y profunda del suelo, mejorando los rendimientos agrícolas.
Este arado era capaz de voltear la tierra de manera más efectiva que los arados anteriores. Esto no solo mejoraba la aireación del suelo, sino que también permitía una mezcla más uniforme de nutrientes, lo que resultaba en cosechas más abundantes. La adopción de este arado permitió a los romanos expandir sus territorios agrícolas y aumentar la producción de alimentos, lo que fue esencial para alimentar a su creciente población urbana.
Además, el arado romano facilitó la expansión hacia nuevas tierras que antes eran difíciles de cultivar. La tecnología permitió la explotación de suelos más duros y menos fértiles, ampliando la base agrícola del Imperio. Esta expansión agrícola fue fundamental para sostener su crecimiento y su capacidad para mantener grandes ejércitos y administraciones complejas. Pero sequías y epidemias siguieron desafiando a las poblaciones, particularmente cuando se acumulaban de forma catastrófica.
La crisis del Siglo XIV: brújula, pólvora, papel e imprenta
Con el cambio climático durante el período cálido medieval a comienzos del siglo X, la producción y por tanto la población aumentaron de nuevo considerablemente. La emergente estructura productiva feudal requirió de un orden que acabó generando la llegada del reloj mecánico, que con su capacidad para medir el tiempo de manera constante y precisa, cambió profundamente la vida cotidiana y la organización social.
Pero un nuevo horizonte completamente distinto se dibujó con la entrada en la Pequeña edad de hielo: El siglo XIV fue testigo de terribles acontecimientos como la Gran Hambruna y especialmente la Peste Negra, la más devastadora pandemia que la humanidad ha conocido y que mató, según algunos, a más de la mitad de la población europea. Las consecuencias de esta crisis fueron devastadoras para la productividad y el crecimiento, generando en gran medida importantes conflictos como la Guerra de los cien años. Sin embargo, también incentivaron una ola de innovaciones.
La drástica reducción la población europea resultó en una escasez de mano de obra y un cambio en las estructuras económicas y sociales. Los supervivientes se enfrentaron a la necesidad de maximizar la productividad con menos recursos humanos. Este desafío incentivó la mecanización y la innovación en diversos campos, con el desarrollo de inventos como la manivela, la biela, el arcabuz, el mosquete, el astrolabio marinero, la brújula náutica, y, por supuesto, la imprenta.
La mejora de las técnicas de navegación, por ejemplo, como la brújula o el astrolabio, fue impulsada por la necesidad de encontrar nuevas rutas comerciales hacia el epicentro económico mundial ubicado en el extremo oriental de Asia, en lugar de la prohibitivas e inseguras rutas terrestres tradicionales - como la ruta de la seda - debido a la inestabilidad política y económica. Esta necesidad llevó al descubrimiento de América y a la proyección mundial del colonialismo europeo que se inició en esta época, incomprensible sin la presión climatológica, epidemiológica y económica que sufrió la región.
Por su parte, la pólvora, originalmente desarrollada en China, fue adaptada y mejorada en Europa para su uso en armas de fuego y artillería. La competencia entre los distintos feudos había mejorado las técnicas de defensa como reflejan los castillos y fortificaciones típicamente medievales. Ello incentivó la necesidad de una nueva tecnología capaz de hacerlos obsoletos, cambiar la naturaleza de la guerra y también estimular avances en la metalurgia y la química, reforzando la capacidad para el control de las rutas comerciales globales, incluidas las que a partir de entonces le suministraban el salitre, el azufre y el carbón para producirla. A pesar de su competencia, los europeos comenzaron a documentar y compartir sus experiencias con la pólvora y la artillería, lo que condujo a un intercambio de ideas y técnicas que mejoró la tecnología a lo largo del tiempo. Pero nada de ello habría sido posible sin la aparición de la imprenta.
Con la muerte de una gran parte de la población europea, no solo se había reducido drásticamente la mano de obra para la transcripción manual de los costosos códices, sino que también la cantidad de ropa disponible había aumentado, dejando importantes excedentes que abarataron su precio. Este material, que de otro modo podría haber sido desperdiciado, se convirtió en una fuente valiosa para la fabricación de papel, ya que los trapos de lino y algodón eran ideales para producirlo. Aunque desde el siglo XII había ido permeando Europa, el dinamismo comercial reactivado entre los siglos XIV y XV incentivó el uso del papel, al precisar libros de contabilidad, contratos ágiles y primeras gacetas de información comercial. Los milenarios códices de pergamino tenían un valor prohibitivo. Además, la expansión del comercio y la educación con el singular rol de las universidades europeas había creado una creciente demanda de materiales escritos asequibles y ampliamente disponibles. La invención de la imprenta por Johannes Gutenberg en el siglo XV respondió a esta necesidad al permitir la producción masiva y rápida de libros y otros documentos, democratizando el acceso a la información y facilitando la difusión del conocimiento a una escala sin precedentes. Esta gran revolución de la información tendría consecuencias increíbles para el singular despegue europeo, que otro día abordaremos con detenimiento.
Guerra e innovación
No obstante, si existe una situación extrema que por excelencia ha generado innovación es la de la contienda bélica. Las terribles guerras han sido una fuerza motriz detrás de numerosos avances tecnológicos. Los ejemplos podrían ser múltiples en el ámbito estrictamente armamentístico desde las lanzas arrojadas como proyectiles del paleolítico, pasando por la pólvora hasta el Proyecto Manhattan y la inauguración de la era atómica. Pero otros inventos no estrictamente bélicos fueron originados o singularmente potenciados por el estrés del enfrentamiento.
La Guerra de Crimea, por ejemplo, incentivó la industrialización de las distintas potencias contendientes. En ella se emplearon y mejoraron distintas tecnologías emergentes como el barco de vapor, el ferrocarril, el fusil de ánima rayada, la fotografía o el telégrafo. Este recibió un impulso decisivo al mostrar su capacidad para transformar la comunicación militar, permitiendo a los comandantes enviar y recibir mensajes casi instantáneamente a largas distancias lo que mejoró significativamente la coordinación de las operaciones militares y la logística, decantando la contienda. La capacidad de transmitir información rápidamente también tuvo un impacto en la prensa, permitiendo a los periodistas informar sobre los eventos de la guerra con mayor rapidez y precisión.
La Primera Guerra Mundial, a su vez, introdujo avances significativos en la tecnología militar (tanques, aviones, armas químicas…). Estas innovaciones fueron impulsadas por la necesidad de romper el estancamiento de la guerra de trincheras y superar las defensas enemigas. Sin embargo, su impacto civil fue determinante. Por ejemplo, el desarrollo de fertilizantes químicos surgió a partir de los avances en la química utilizados durante la guerra. La síntesis de amoníaco mediante el proceso Haber-Bosch, originalmente desarrollada para la producción de explosivos, se convirtió en la base para la producción de fertilizantes a gran escala, revolucionando la agricultura y permitiendo el aumento de la producción de alimentos para una población en crecimiento.
Por su parte, el desarrollo de la radio durante la guerra también tuvo un impacto significativo en el ámbito civil. La necesidad de coordinar operaciones militares y la rápida transmisión de información llevaron a avances en la tecnología de radio que después se aplicaron a las comunicaciones civiles. La radio se convirtió en un medio de comunicación masivo, transformando la manera en que la información se difundía y consumía, y estableciendo las bases para las comunicaciones modernas.
En la Segunda Guerra Mundial los contendientes se enfrentaron a situaciones extremas que exprimieron su ingenio dejando para la vida civil importantes innovaciones. El radar, por ejemplo, fue desarrollado para la detección de aviones y barcos enemigos, y sirvió después para una amplia gama de aplicaciones civiles, como la navegación aérea y marítima, la meteorología y la astronomía. La capacidad de predecir el clima y rastrear tormentas mejoró significativamente, reduciendo riesgos para la aviación y la navegación y facilitando la planificación en sectores como la agricultura y la gestión de desastres naturales. Y en esa línea, la radio de alta frecuencia y la electrónica que se desarrollaron durante la guerra permitieron la emergencia y difusión de la televisión.
Es más, el desarrollo de la computación y la electrónica habría sido probablemente mucho más pobre de no haber contado con el desarrollo de computadoras, como el ENIAC, destinadas a realizar cálculos complejos necesarios para el diseño de armas y la criptografía, en la que destacó el famoso Alan Turing para descifrar la máquina Enigma de los nazis. Después, estas tecnologías se adaptaron para usos comerciales y científicos, sentando las bases para la industria de la informática y transformando sectores como la banca, la investigación científica y la industria manufacturera. La evolución de las computadoras y la electrónica facilitó la llegada de la era digital y la revolución de las TIC.
Pero no todo fueron tecnologías de la información. Durante la guerra, se hicieron importantes avances en la medicina, incluyendo el desarrollo de antibióticos como la penicilina que, aunque descubierta por Fleming una docena de años antes, no había podido conseguirse una forma estable para la producción en masa a la que urgía la guerra. También se mejoraron las técnicas de cirugía y transfusión de sangre. Todo ello tuvo evidentes impactos en la mejora del tratamiento de infecciones y heridas, reduciendo la mortalidad y mejorando la calidad de vida. La experiencia adquirida en medicina de guerra también contribuyó a mejoras en la gestión de emergencias y la atención de trauma en tiempos de paz.
La escasez de recursos naturales durante la guerra llevó al desarrollo de materiales sintéticos como el nailon, que se utilizó en paracaídas y ropa militar. Después de la guerra, estos materiales se adaptaron para usos civiles, revolucionando la industria textil, el embalaje y la fabricación de bienes de consumo. Los plásticos, potenciados durante la guerra, se convirtieron en materiales esenciales en la vida cotidiana, presentes en una amplia gama de productos, desde ropa hasta electrodomésticos. Y la necesidad de alimentar a grandes cantidades de tropas en diversos frentes llevó al desarrollo de tecnologías avanzadas de conservación de alimentos, como la congelación rápida y el envasado al vacío, que posteriormente mejoraron la calidad y la seguridad de los alimentos.
La lista podría engrosarse con otros ejemplos como los motores a reacción que han posibilitado la Globalización turística y comercial; la tecnología de misiles que posibilitó la carrera espacial y nuestra llegada a la Luna; o el disruptivo desarrollo de la bomba atómica, con el famoso Proyecto Manhattan a la cabeza, que no sólo inauguró una nueva era atómica sino que contribuyó al desarrollo de la energía nuclear, para muchos, la fuente de energía más eficiente y sostenible de que disponemos todavía.
La innovación en la pandemia de nuestro tiempo
La pandemia del COVID-19 es probablemente uno de los ejemplos más recientes en los que hemos hecho de la necesidad virtud. La masiva enfermedad puso a prueba la capacidad internacional de colaboración científica y farmacéutica, de inversión e innovación tecnológica, para desarrollar rápidamente soluciones ante una crisis global. La necesidad urgente de una vacuna llevó al desarrollo de la tecnología de ARN mensajero que, aunque investigada desde hacía décadas, fue llevada a la vanguardia en un tiempo récord, permitiendo no sólo la rápida creación de vacunas eficaces contra el COVID-19, sino el tratamiento de otras enfermedades.
Pero la pandemia ha traído también otras consecuencias en la innovación que estamos todavía asimilando. Por ejemplo, con el confinamiento, la transformación digital se aceleró varios años, desde el ámbito laboral hasta la educación. El desarrollo y la adopción masiva de herramientas de trabajo remoto y colaboración forman parte ya de nuestro día a día. La ubicuidad también ha favorecido el procesamiento de información en la nube con la consecuente necesidad de proteger una superficie de ataque expandida con nuevas necesidades en materia de ciberseguridad1. El trabajo híbrido en múltiples empleos parece haber venido para quedarse y la telemedicina ha dado un paso enorme. De hecho, un curioso impacto de la pandemia es que imprimimos sustancialmente menos2.
Además, las estrategias de automatización, las políticas de industrialización y la logística global han cambiado la perspectiva. Incluso el desarrollo de la IA, con el análisis y rastreo de patrones epidemiológicos en grandes volúmenes de datos se ha visto afectado por el impacto de la pandemia. Impacto que aún se está esclareciendo en el delicado equilibrio geopolítico multipolar que amenaza a la globalización precedente y que tiene a la innovación tecnológica respondiendo a sus nuevas necesidades.
Llamando a la puerta
A pesar del bienestar del que goza una buena parte de la población mundial, las necesidades seguirán llamando a nuestra puerta. Algunas serán imprevisibles y drásticas. Otras, empiezan ya a asomar y estamos viviendo su impacto en la innovación. Por ejemplo, el desafío del cambio climático y la necesidad de mitigar sus efectos está impulsando una rápida innovación en el sector energético. Tecnologías como la energía solar y eólica han experimentado una disminución significativa en los costes, lo que ha hecho que las energías limpias sean más accesibles y viables. Además, el desarrollo de baterías de almacenamiento de energía y redes inteligentes está mejorando la eficiencia y la estabilidad de las energías renovables. También en la innovación biológica de cultivos más resistentes a situaciones de extrema sequía que cada vez más nos tocará enfrentar.
Otro ejemplo lo hallamos en la computación cuántica, que promete revolucionar la informática, pero también socavar nuestros mecanismos en seguridad de la información. Los algoritmos cuánticos, como el de Shor, pueden romper los sistemas de cifrado actuales en minutos. Esta potencial amenaza está incentivando ya el desarrollo de criptografía postcuántica, que utiliza nuevos desarrollos matemáticos resistentes a los ataques cuánticos. Además, se están desarrollando tecnologías como la distribución de claves cuánticas (QKD), que aprovechan el entrelazamiento cuántico para crear comunicaciones seguras e inquebrantables.
De una forma u otra, el futuro de la innovación tecnológica seguirá perfilándose con la presión de las necesidades que surjan. Conviene ser consciente de que son ellas las que, a pesar de sus dolorosas consecuencias, suelen sacar lo mejor de nosotros mismos. Si bien debe admitirse que algunos traumas dañan a las personas de manera irreversible limitando su crecimiento, otros muestran que quienes han sufrido fracasos alcanzan con mayor probabilidad mejores resultados. Porque, en muchas ocasiones, como decía Nietzsche, lo que no nos mata nos hace más fuertes.
Además de ejemplos como la autenticación de múltiples factores o la encriptación de datos aceleradas por la pandemia, otras tecnologías se han disparado con ella como en el caso de Zerotrust, del que llevaba hablándose desde principios de siglo pero que no despuntó hasta afrontar el reto de tener a tantos usuarios conectados profesionalmente a la nube desde cualquier ubicación y dispositivo. La potente emergencia de la arquitectura SASE probablemente no podría explicarse sin el efecto de la pandemia.
Con la pandemia, el número de páginas impresas ha descendido un 20%. Habrá más sensibilidad medioambiental y digitalización, pero probablemente el trabajo remoto nos ha hecho más conscientes de que tirar de cada impresora casera es caro.
Me encanta leerte Javier. Aunque cruel, que necesaria es la necesidad, según parece.
¿Estaríamos dónde estamos sin haber pasado tantas penurias? Sabemos empíricamente que la necesidad es un motor creativo. ¿Pero hasta que punto estamos dispuestos a pagar el precio que conlleva a veces?
Aunque a largo plazo parece bueno para el conjunto, a corto plazo puede ser nocivo, incluso mortal, para parte de nosotros. ¡Qué miedo!
Gracias.
Yo digo a veces la siguiente frase: "No nos preocupamos por el problema hasta que toca en nuestra puerta". Tal y como dices, las situaciones difíciles son habitualmente momentos de fuerte innovación. No tratamos de innovar cuando es la situación idónea, sino cuando el problema ya toca a nuestra puerta.
Somos muy dados a preocuparnos nada más de lo que ocurre en nuestra burbuja, si le ocurre al vecino no me preocupa aunque yo sea el próximo. En el Covid-19 se vio muy bien.
¡Buena carta!