Cuentan que los herederos de la cultura griega, con el paso del tiempo, acabaron confundiendo a Cronos, el despiadado titán que engendró a Zeus, con Chronos, la personificación del tiempo que en el origen del cosmos que se desposó con Ananké, la diosa de la inevitabilidad. Algo más que la similitud fonética les emparentaba. Así como la historia mitológica contaba que el brutal y celoso Cronos devoraba a sus hijos enredado en sus luchas por el poder, Chronos, el tiempo, avanza y devora inexorablemente todo a su paso. Como característica universal, el tiempo en nuestras manos huye. Tempus fugit, que escribiría Virgilio.
Efectivamente, la relevancia del tiempo no se limita simplemente a que toda percepción la estructuremos temporalmente1 sino que tiene una profunda raíz existencial, pues nuestra perspectiva se encuentra siempre enmarcada en una consciencia de sabernos finitos y mortales2. Atravesamos el tiempo como nuestro mejor maestro, resignados al precio final. Y, como bien preciado, el tiempo atesorado en el pasado constituye un referente universal desde el punto de vista antropológico: la inmensa mayoría de las sociedades veneran en cierta forma ese pasado que aglutina su cultura, sus costumbres, que les otorga una identidad y proporciona un refugio de respeto a sus antepasados a los que se les agotó su tiempo. De ahí que la nostalgia anide en nuestros corazones de forma transcultural y atemporal3.
Pero existe en nosotros una pulsión que se rebela, del mismo modo que Zeus se rebeló contra su padre Cronos. Un impulso vital late en los hombres de todos los tiempos que se han subvertido a su avance, aspirando a perpetuarse, a permanecer, a trascender, incluso a la eternidad. Hasta impulsar toda una encomienda moral como la de Unamuno, cuando exhortaba a vivir bien diciendo que si es la nada lo que nos espera, hagamos que sea injusto. Es la vida como instinto de supervivencia que reverbera para oponerse a la disolución entrópica. La escritura, como la originada en las primeras crónicas, fue precisamente el gran hito para impedir que la fugacidad de la oralidad se perdiera en la noche de los tiempos.
Pero de la escritura, como tecnología de la información, hablaremos otro día. Hoy traigo unas pocas reflexiones sobre cómo, a pesar de retener estos rasgos universales, la percepción del tiempo ha variado en la historia mediada por la tecnología, ya desde la antigüedad. En los días en los que Zeus reinaba, muchas culturas fraguaron una primigenia concepción del tiempo circular, presidida por los relojes de sol de todo tipo. El astro rey, con su trayectoria marcada a lo largo del año, era el culpable comprobado del surgimiento retornado de las estaciones, el facilitador de la productividad de la tierra, con la que alimentar las gargantas de los hijos que no querían entregarse al paso voraz del tiempo. Al menos, no hasta que estos a su vez hubieran engendrado nuevos hijos. La vida se abría camino bajo la sombra del gnomon de cada reloj solar.
Efectivamente, la fecha del tiempo viene marcada por el crecimiento natural de la entropía, esa magnitud que erosiona todo orden conocido y que desmonta todo a su paso, destruyendo cualquier atisbo de complejidad. La vida, también la humana, se resiste sin embargo y se rebela como Zeus, construyendo y reconstruyendo complejidad. Así comenzaron los hombres abrazándose a esta idea de un tiempo circular, un ciclo natural que devuelve cada primavera la fecundidad de su propia persistencia. Una concepción cíclica que perdura hoy en nuestros días, como en el samsara o el Tao asiáticos, o los ciclos amerindios. Pero que se remonta hasta los mitos arquetípicos de la resurrección primaveral, desde Tammuz o Dumuzi mesopotámico, el Osiris egipcio, el Adonis griego o el mismo Jesucristo.
Sin embargo, fue precisamente esta herencia judeocristiana la que inyectó en Europa un cambio de perspectiva. El tiempo se volvió lineal como Historia de la Salvación. Un antes y un después del nazareno dividieron como un parteaguas la concepción del tiempo, desde la Creación hasta la Parusía. Y si Platón ya había comprendido que el tiempo es la imagen móvil de la eternidad “según el número”, como el discurrir del agua huyendo de la clepsidra, una innovación tecnológica mucho más tardía transformaría definitivamente nuestra concepción del tiempo: el reloj.
El reloj medieval y la Revolución Industrial
La invención del reloj mecánico en Europa durante la Edad Media supuso una revolución en la percepción y gestión del tiempo. Los atávicos relojes de sol, de agua o de arena eran esclavos de las condiciones externas y carecían de precisión. La llegada del reloj mecánico, con su capacidad para medir el tiempo de manera constante y precisa, cambió profundamente la vida cotidiana y la organización social, respondiendo en buena medida a la necesidad emergente de la estructura productiva feudal. El reloj mecánico permitió una gestión más efectiva del tiempo: No solo reguló las actividades monásticas alineando las campanadas de las iglesias, sino que también estandarizó las horas laborales y comerciales, facilitando el comercio y la planificación urbana.
El historiador Lewis Mumford llegó incluso a vincular la invención del reloj mecánico con el surgimiento de la revolución industrial en Europa. Según Mumford, el reloj no es un medio para seguir la marcha de las horas sino para sincronizar las acciones humanas, erigiéndose en la máquina central de la industria moderna, por encima de la famosa máquina de vapor. Además, la tradición de los relojeros europeos, con su habilidad para fabricar mecanismos precisos, habría sentado las bases para la construcción de las primeras máquinas industriales, la sincronización de los procesos productivos y la coordinación de actividades a gran escala. La capacidad del reloj para medir y controlar el tiempo se tradujo en una mayor eficiencia en la producción y la organización del trabajo que alcanzó los albores industriales.
El impacto del reloj mecánico trascendió lo económico y lo social. Transformó la percepción del tiempo, haciéndolo más abstracto, uniforme y disponible. Se volvió un recurso cuantificable y divisible lo que fomentó una mentalidad orientada hacia la planificación y el control, características fundamentales del pensamiento moderno. Y además ayudó a cristalizar la linealidad temporal hacia la dirección del futuro y el progreso. La mejora moral y política del proyecto de la Ilustración se concretaría en el progreso material de las sucesivas oleadas tecnoeconómicas que comenzaron a surgir a partir de la primera Revolución Industrial. Cronos seguía transformándose acelerando el paso.
El tiempo se industrializa
La Revolución Industrial trajo consigo una serie de inventos que transformaron profundamente la sociedad y nuestra percepción del tiempo. Al catapultar nuestra productividad y energía disponible, las distancias se acortaron virtualmente, lo que aumentó la velocidad y por tanto aceleró la percepción del paso del tiempo. Los acontecimientos se precipitaban y se comunicaban a ritmos vertiginosos nunca imaginados por pocas generaciones atrás.
Como es bien sabido, el ferrocarril revolucionó el transporte, desplazando por completo a otros medios terrestres para trasladar mercancías y personas, facilitando el comercio y la movilidad laboral. Sus estaciones estandarizaron el tiempo con horarios precisos, coordinando la llegada y salida de trenes. Pero pronto se advirtió que las costosas infraestructuras que requería el tendido de raíles podían ser más eficientemente aprovechadas si lograba disponerse de un mecanismo que hiciera que la información viajara aún más deprisa que personas y mercancías. La misma vía podría ser aprovechada por dos trenes en sentidos distintos si se advertían correctamente cuándo quedaba libre.
Así es como el telégrafo acompañó de forma determinante el desarrollo del ferrocarril a gran escala y revolucionó las comunicaciones para siempre. Suplantando a los mensajeros y correos postales, el telégrafo permitió la transmisión casi instantánea de mensajes a largas distancias, especialmente cuando se implementó mediante impulsos eléctricos4. Este invento transformó la comunicación comercial, política y personal, permitiendo una coordinación más rápida y eficiente de actividades económicas y sociales. El tiempo se aceleraba fluyendo por los cables telegráficos.
La sensación de inmediatez y de conectividad globales comenzaron a acrecentarse. Lo que no hizo más que estallar con la aparición de la radio, desarrollada a finales del siglo XIX y popularizada en el siglo XX, y que llevó la comunicación instantánea y directa a un público masivo. Fue motor de la difusión propagandística, pieza indispensable para articular los grandes movimientos totalitarios y las respuestas de las democracias en los grandes conflictos. Pero también permeó el tejido social con sus noticias, su música y el entretenimiento entre enormes audiencias. El mismo anuncio publicitario a miles de kilómetros de distancia. El mismo poso cultural común. El mismo presente compartido. Eventos planetarios hechos cotidianeidad en tiempo casi real. Pero ya entonces, la reflexión de algunos autores instaba a valorar el tiempo subjetivo frente al tiempo mecánico, cuantificado, que se volvía recurso consumible y transferible. Regresar a la experiencia íntima de esa duración vivida5. Sin embargo, la cuantificación de Cronos prosiguió su curso hasta llegar a digitalizarse.
El tiempo en la era digital
Nuestra percepción del tiempo sigue sufriendo importantes transformaciones, caracterizadas por la inmediatez, la globalización y el consumo constante de información. La tecnología digital ha comprimido el espacio y el tiempo, permitiendo una comunicación y un acceso a datos casi instantáneos, lo que ha cambiado fundamentalmente la forma en que experimentamos el tiempo.
La inmediatez es una de las características más definitorias de la era digital. Las redes sociales, los correos electrónicos y las aplicaciones de mensajería nos mantienen conectados las 24 horas del día, los 7 días de la semana. Esta constante disponibilidad y el flujo incesante de notificaciones crean una sensación de urgencia perpetua, donde cada momento puede ser interrumpido por la necesidad de responder a un mensaje o revisar una actualización.
La globalización ha amplificado esta sensación de inmediatez. Vivimos en una aldea global donde los eventos en cualquier parte del mundo pueden ser conocidos instantáneamente. Para algunos, la transmisión en directo de determinados sucesos resulta determinante en el curso de los acontecimientos, en lo que se ha llamado el efecto CNN. Las diferencias horarias se difuminan, y la noción de un "ahora" universal se impone, conectándonos en un presente continuo que trasciende las fronteras geográficas. Rushkoff, por ejemplo, ha descrito cómo la tecnología digital ha colapsado la linealidad del tiempo, sumergiéndonos en un estado de presente perpetuo. La distinción entre pasado, presente y futuro se difumina, y vivimos en un continuo de urgencia y disponibilidad. Así también Hartog ha argumentado que el presentismo no es un fenómeno nuevo, sino que ha sido una característica recurrente en diferentes momentos de la historia. Sin embargo, sostiene que la tecnología digital ha amplificado y perpetuado esta orientación temporal al fomentar una cultura de inmediatez y desechabilidad.
Por otro lado, el consumo de información ha alcanzado niveles sin precedentes. La sobrecarga informativa es una realidad cotidiana, donde el acceso ilimitado a noticias, artículos, videos y redes sociales puede ser abrumador, acelerados además por el presentismo digital que nos urge a estar siempre conectados. Aunque diversos estudios han desmentido que existan efectos perniciosos en nuestra capacidad de atención o de memoria, algunos autores como Nicholas Carr, siguen insistiendo en que la constante exposición a fragmentos de información disminuye nuestra capacidad de concentración y reflexión profunda, afectando negativamente nuestra salud mental y nuestra capacidad de procesar información de manera crítica. La controversia continua sobre el llamado efecto Google en lo que a nuestra dependencia se refiere. Pero es difícil ignorar la dromología, que bautizó P. Virilio, la compresión del tiempo y del espacio que ha producido la tecnología, fragmentándolos e impidiendo la asimilación reposada de los acontecimientos.
La maximización de la productividad inherente al sistema capitalista ha hecho que otros autores adviertan la enorme presión que existe sobre nosotros para exprimir el tiempo y llenarlo de actividad. Así, Byung-Chul Han argumenta que en la era digital las personas se convierten en sus propios explotadores, buscando maximizar su ocupación incluso en el ocio. La presión para ser productivo y exitoso en todas las áreas de la vida, incluida la recreación, lleva a un estado de agotamiento y ansiedad crónica. Aunque no resulta ser especialmente novedoso, ni consistente y rezuma tecnofobia, el autor coreano ha tenido la virtud de poner sobre la mesa algunas cuestiones relevantes contemporáneas como la reflexión sobre esta dinámica que exprime el tiempo en el seno de la sociedad del rendimiento o sociedad del cansancio.
En una línea semejante, Hartmut Rosa ha sostenido que la aceleración social de la era digital crea una desconexión entre las experiencias subjetivas del tiempo y la estructura temporal impuesta por la tecnología. Esta aceleración genera una sensación de que nunca hay suficiente tiempo, alimentando la ansiedad y la insatisfacción, y provocando una desconexión entre los individuos y su entorno. Es la “cronofagia” de la que habla J. Crary, con la que el capitalismo digital invade incluso nuestros momentos personales, de descanso y de sueño. Al fin y al cabo, vivimos inmersos en la economía de la atención que M. Crawford denuncia y que influye en nuestra percepción del tiempo inevitablemente porque la constante exposición a estímulos y distracciones puede llevarnos a una sensación de que el tiempo - aún más - pasa volando, ya que estamos constantemente saltando de una tarea a otra sin realmente detenernos a experimentar y saborear el momento presente.
Ante estas desagradables y estresantes experiencias, el entretenimiento se ha convertido en una forma de evasión que proporciona un escape rápido y fácil de la vida diaria. Plataformas de streaming, videojuegos y redes sociales ofrecen un flujo interminable de contenidos diseñados para captar nuestra atención y mantenernos enganchados. La percepción del tiempo se ve así inmediatamente transformada, en letargos absurdos que han hecho que el inventor del scroll infinito, Aza Raskin, llegase a confesar su arrepentimiento por el carácter adictivo y narcotizante de las plataformas que lo emplean.
Cronos sigue manteniendo algunos rasgos primigenios. Nos sigue arañando el alma con el recuerdo de cuanto dejamos atrás y nos avoca subrepticiamente a una muerte inexorable. Pero en estos tiempos postmodernos resulta en ocasiones complicado reconocer esos rasgos que ha transformado la tecnología como nuestra forma de estar en el mundo. La muerte, siempre inoportuna, nos desabriga hoy aún más por sorpresa, como si rompiera la ilusión de ese presente constante e infantilizado en el que jugamos a que no existe. Pero a Cronos le da igual, sigue su curso disfrazado de la transformación que toque. Advertirlo es ya una toma de consciencia que libera. No hay tiempo que perder.
Así Kant consideraba que el tiempo no era una realidad experimentable en sí, sino una forma a priori de toda sensibilidad, una condición de posibilidad de toda experiencia. De hecho, es conocida la clásica reflexión de San Agustín con respecto al tiempo: "¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicarlo a quien me lo pregunta, no lo sé".
Así Heidegger hablaba de que la temporalidad auténtica nos define como Sein-zum-Tode, es decir ser-para-la-muerte, ser que comprende su finitud, su muerte inevitable, y ello afecta profundamente cómo vivimos y nos proyectamos en el mundo.
Los ejemplos son múltiples a lo largo de la historia y las culturas: El kisufim del hebrero antiguo, el mono no aware del japonés clásico, el sīxiāng del chino clásico, el ashwaq del árabe preislámico o el nostos del griego antiguo, de donde viene nuestro anhelo doloroso por regresar al hogar, nuestra nost-algia.
Sobre el telégrafo óptico, desde las hogueras de Troya al mecanismo de Chappe de la Francia revolucionaria, hablaremos otro día.
Henri Bergson argumentaba que la verdadera naturaleza del tiempo es la duración vivida, que no puede ser capturada por simples mediciones mecánicas. Esa es la experiencia subjetiva del tiempo, la continuidad fluida de la conciencia en constante cambio. Es el tiempo que se experimenta en la vida cotidiana, lleno de momentos de intensidad, significado y emoción.
Me ha encantado esto que has escrito hoy.
De todo, me tengo que quedar inevitablemente con la gran importancia de los relojes mecánicos y cómo transformaron nuestra forma de vivir. Tanto de forma directa, como indirecta.
https://enricgine.cat/es/2011/07/19/medicion-y-tiempo/