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Avatar de Ignacio Sainz de Medrano

Genial como siempre. El alemán, con sus larguísimas palabras que contienen a la vez adjetivos, sustantivos y complementos circunstanciales, y con su tendencia a poner el verbo al final, parece predisponer a una escucha más atenta y por lo tanto a un pensamiento más reflexivo. Las lenguas latinas, por el contrario, disparan el verbo rápidamente, a veces incluso omitiendo el sujeto, lo que lleva a un habla rápida y probablemente focalizada en la intuición más que en el razonamiento.

Por cierto que la palabra puente admite el género femenino en español, aunque está en desuso desde la edad media. Y sin irnos muy lejos, hablar del mar o de la mar implica connotaciones muy diferentes.

Aunque Chomsky sostenga (probablemente con razón) que nuestra capacidad lingüística es innata, me inclino por la hipótesis de un lenguaje que condiciona nuestra manera de pensar, y que "obliga" a nuestras mentes a discurrir por determinados caminos mentales.

Mi experiencia casi bilingüe viviendo cinco años en un país extranjero hace que le dé la razón a Carlomagno: a veces yo sentía que era dos personas a la vez.

Gracias por traer un tema tan interesante

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Avatar de Javier Jurado

Qué maravilla de comentario, Ignacio. Tu experiencia tuvo que ser apasionante. Y el tema de los idiomas, una mina para la reflexión. Gracias.

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Avatar de o uǝzɐɟos o

Interesante de pe a pa ¡Mil gracias!

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Avatar de Calda

Muy bueno, Javier.

En relación a lo qué dices, conviene darle una vuelta a la relación causal entre la conceptualización del mundo mediante el lenguaje y el sufrimiento. Muchas dosis de insatisfacción se derivan de esa codificación, que usualmente no suele adecuarse a la realidad, sino a una mezcla de generalizaciones, simplificaciones y añadidos nuestros. En un afán de entender nuestro sufrimiento, muchas veces creamos enredos conceptuales que son un híbrido de verdad, confusión y fantasía. Nos focalizamos en operar sobre el enredo, pero eso muchas veces nos complica y atrapa, porqué el enredo muchas veces tiene un 70% de narrativa y un 30% de verdad. Por ejemplo, solemos decir que sufrimos por la muerte de nuestra madre, pero esa atribución es errada, porque un día comemos unas lentejas con un amigo, gozando intensamente, y no decimos que hemos gozado por la muerte de nuestra madre.

Todo esto por no hablar del montón de expectaciones que posibilita el lenguaje y nos hacen sufrir, así cómo del sesgo de atribución de intencionalidad de corte animista ("el otro quería herirme", en vez de pensar que habló sin pensar ni intención), y el exceso de introspección y de reflexividad sobre sí mismo, que suele ser perjudicial cuando es compulsivo. O la afectación social que comentabas en el artículo anterior: si codificas como enemigo, la eliminación es lícita; si codificas como rival, la competencia es lícita, pero necesitas al otro para jugar y entiendes que es un juego no tan importante, que el partido debe pararse si un aficionado sufre un infarto en la grada.

La metódica escéptica y sofista ayuda en esto, pues escuchar distintas codificaciones te ayuda a desaferrarte a las mismas, a ver sus grietas y reflexionar de nuevo, seleccionando lo más verdadero y útil de las distintas.

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