Un vórtice arrastra la atención y la inversión mundial hacia su centro. En los últimos años ha concentrado las miradas y las dilatadas expectativas en torno a la IA. No podemos negar que su avance nos estremece en parte porque cuestiona nuestra identidad. Pero sus resultados y su capacidad para captar atención y financiación aún siguen aumentando. Sin embargo, otra apuesta tecnológica alternativa, que también se está apoyando en el desarrollo de la IA, persiste de forma autónoma quemando billetes e innovando, aun cuando aún parezca lejos de resultar accesible y apetecible: El metaverso.
Este macroproyecto del sector tecnológico que estuvo en boca de muchos hace unos años parece algo desplazado del protagonismo mediático. Puede que haya atravesado su pico de máxima expectación y se halle en cierto valle de desilusión, remontando poco a poco hacia un futuro incierto entre la adopción progresiva más razonable o el definitivo descarrilamiento.
Capaz de renombrar a Facebook como Meta, el metaverso sigue siendo una apuesta particularmente fuerte de la compañía de Mark Zuckerberg, persuadido de que el futuro tecnológico pasa por construir digitalmente un espacio virtual inmersivo y persistente en el que desarrollar nuevas relaciones y conexiones, con un potencial infinito al verse liberadas de las limitaciones del mundo físico. Meta así asumió como logo propio una versión estilizada del símbolo de infinito.
Sin embargo, hay varios aspectos que suponen todavía una barrera importante para creer en la factibilidad del metaverso. Por ejemplo, el carácter inmersivo. Entender si se logrará como realidad virtual plena, como realidad aumentada o como una mezcla de ambas mantiene en vilo a quienes buscan el dispositivo que logre atravesar esa frontera. También, hasta qué punto estaremos dispuestos a interactuar con avatares, o a que nos miren siempre a través de un dispositivo.
lo analiza de forma muy interesante aquí y aquí.Podemos asumir en un sentido laxo el metaverso como el concepto de que la realidad digital cada vez más nos circunda e importa más. Pero en cuanto queremos aterrizarlo, la adaptación a la naturaleza humana sigue siendo crucial. Así como los smartphones permitieron la penetración masiva de Internet y la aparición de multitud de funcionalidades y aplicaciones nuevas gracias a que se adaptaron al carácter ubicuo y móvil del nómada humano y su hambre de información instantánea y de interrelación social ágil, la búsqueda de un nuevo dispositivo antropomórficamente amable está en el centro de esta ingente inversión para abrir la brecha de ese prometido y emergente metaverso. Protágoras bien intuía que el hombre es la medida de todas las cosas.
En ese sentido, hace unos pocos días, Zuckerberg enseñaba al mundo en una nueva presentación demostrativa sus nuevas gafas Orion, semejantes a las de un modelo corriente de pasta gruesa, acompañadas de una sencilla muñequera y capaces de contener y ofrecer sorprendentes capacidades y funcionalidades al mismo tiempo que superar a otros modelos más aparatosos y que habían dado problemas de estabilidad y usabilidad.
El elevado coste de este prototipo (10.000$) que no es aún un producto comercial, no obstante, sólo demuestra el punto intermedio en el que aún se haya el proyecto, pendiente de mejorar, entre otras cosas, su asequibilidad para hacerse razonablemente universal. Las decenas de miles de millones de dólares (se dice pronto) siguen fluyendo hacia este incierto proyecto que persigue un santo grial que parece tener reservadas muchas promesas para quienes lo buscan.
¿Pero qué convicción profunda anida detrás de esta costosa iniciativa? ¿Por qué están tan convencidos sus inversores de que muchos humanos transitarán hacia el metaverso? ¿cuál es el corazón de su atractivo?
Fuera de la caverna hace frío
“Imagina unos hombres en una habitación subterránea en forma de caverna con una gran abertura del lado de la luz. Se encuentran en ella desde su niñez, sujetos por cadenas que les inmovilizan las piernas y el cuello, de tal manera que no pueden ni cambiar de sitio ni volver la cabeza, y no ven más que lo que está delante de ellos. La luz les viene de un fuego encendido a una cierta distancia detrás de ellos sobre una elevación del terreno…”
Así comenzaba escribiendo Platón su famosa alegoría de la caverna. Su invitación era sugerente: Imaginar un escenario en el que vivimos en una caverna desde la infancia, con cadenas que limitan nuestra visión y nos obligan a observar sombras que se proyectan en la pared. Estas sombras son lo único que conocemos, lo único que creemos real. Solo unos pocos son capaces de liberarse de sus cadenas y encaminarse hacia la luz para contemplar la realidad tal cual es1.
Al proceder de sus escritos exotéricos, abiertos al gran público y no reservados solo a los miembros de la Academia, esta alegoría literariamente tan rica ha resultado conceptualmente difusa, por lo que ha recibido diversas interpretaciones. La más inmediata explicada por el propio Platón obedece a su teoría del conocimiento o epistemología: solo conocemos las sombras porque estamos atrapados por las apariencias de lo sensible, de forma que apenas emitimos opiniones (doxa), mientras que quienes se liberan con la razón a través de un proceso doloroso alcanzan el verdadero conocimiento (episteme)2.
Pero también hay toda una teoría de la realidad u ontología en Platón detrás de esta alegoría. Somos almas inmortales pertenecientes a un mundo ideal que cayeron arrojadas a la realidad material. Añoramos nuestro origen y lo recordamos levemente entre las sombras que percibimos. El conocimiento es recuerdo (anámnesis), una nostalgia por regresar a casa, acuciada por el irresitible eros, ese amor por la belleza ideal que entrevemos entre las cosas deformes, que participan de ella y que nos conmueve.
La fuerza de este dualismo de la filosofía de Platón influirá durante los siglos en el pensamiento occidental de mil formas. Y será objeto, por supuesto, de otras muchas interpretaciones y poderosas lecturas, desde la educativa a la política, con enormes consecuencias y peligros, pues ¿qué deben hacer los iluminados que han logrado salir de la caverna?3
¿Es la propuesta de Zuckerberg un empeño para permitirnos expandir sin fronteras nuestro conocimiento y nuestras posibilidades de imaginar e interaccionar? ¿O es al contrario una iniciativa para alicatar de tecnología el fondo de la caverna? ¿acaso están convencidos de que si profundizamos y aderezamos debidamente la experiencia digital con las sombras que nos entretienen no habrá realidad ni verdad que supere el atractivo de nuestra magnífica ficción digital? ¿no estarán en el fondo asegurándose de que las sombras digitales sean poderosamente luminosas y más atractivas que cualquier viejo discurso nostálgico y analógico por la belleza, la verdad y el bien? ¿Están prometiéndonos que, en realidad, estas tres aspiraciones humanas se hallan todavía más al fondo de la caverna?
Quizá Zuckerberg tiene más ayuda de la que creemos. Quizá en el metaverso hay un atractivo poderoso, a pesar de que sus gráficos todavía resulten risibles. Porque el mundo ideal que Platón describe guarda la armonía de la perfección, es la promesa utópica de la belleza, la verdad y el bien que añoramos como paraíso perdido. Una suculenta descripción de lo que nos espera fuera de la caverna para desprendernos de las ataduras terrenales que nos ciegan dentro. Pero ¿y si fuera de la caverna hiciera más bien frío? ¿y si en el fondo la reflexión no conduce a la satisfacción, ni a la felicidad, ni a la contemplación gratificante de la verdad sino a algo que más bien se le opone? ¿Quién desearía exponerse a la intemperie, a la condena de la ignorancia impotente, a la incertidumbre irresoluble? ¿Quién querría vivir expuesto a la angustia y a la congoja, a la radical conclusión del sinsentido, por más que se hubiera liberado de un engaño atroz? ¿realmente merece la pena desprenderse de las sombras?
Sombras dopamínicas
Cuentan que Sócrates decía que una vida que no es examinada no merece la pena ser vivida. Para que el viaje merezca la pena, muchos pensadores de la historia nos invitan a detenernos un tanto en la introspección, en el silencio, en la soledad, para no limitarnos a vivir en la periferia de nuestro ser y tomar con entereza las riendas de nuestra vida hasta donde sea posible.
lo procura, aunque no sea fácil.Pero nuestros circuitos neuronales no fueron moldeados por la evolución para obtener la verdad sino para sobrevivir. Responden a mecanismos biológicos fuertemente labrados en nuestros genes que han sido seleccionados maximizando nuestro fitness, nuestra capacidad de adaptación al medio. Con genes propios de cazadores-recolectores, uno de estos mecanismos nos impulsa a devorar fuentes de energía en cuanto estén disponibles, como los alimentos azucarados, no vaya a ser que mañana no encontremos sustento. Y al hacer con la tecnología que sean abundantes, nuestro impulso natural nos genera en todo el mundo problemas de obesidad. Del mismo modo, otro de estos mecanismos favorece y estimula nuestra curiosidad por consumir información, activando circuitos neuronales semejantes a los del hambre. En cuanto hemos sido capaces de producirla de forma masiva, llamativa y casi gratuita, la competencia por nuestra atención ha generado auténticos problemas de infobesidad. Una mentira morbosa y viral no sólo es mucho más atractiva que la verdad, es mucho más fácil de producir y monetizar.
Los próceres de las redes sociales han sabido explotar bien estos mecanismos optimizando los algoritmos para captar nuestra atención. Y la han monetizado fomentando lo que Ted Gioia llamaba la cultura de la dopamina, esa creciente tendencia a maximizar la recompensa que ese neurotransmisor nos produce, alterando las pautas de nuestro comportamiento. Así, hemos ido transicionando desde una cultura más lenta tradicional a otra acelerada que economiza nuestra atención maximizando ese chute. En los deportes, la prensa, las películas, la música, las imágenes, la comunicaciones o las relaciones personales:
Esa constante distracción adictiva aumenta nuestro nivel de aletargamiento, nos enreda en scrolls infinitos, irrelevantes, improductivos y sin sentido, y asegura que nuestra estancia en la caverna se prolongue. Pero cualquier dosis incremental de dopamina nos va desensibilizando, y nuestra estancia siempre queda insatisfecha. Si esta desensibilización se va produciendo, y las redes sociales, reconvertidas en plataformas de generación de contenidos adictivos e hiperpobladas de bots de IA generativa, están a pesar de todo estancándose en sus tasas de crecimiento o incluso declinando en el número de usuarios reales y activos… ¿no es necesario mirar a medio plazo e invertir para generar un nuevo modelo aún más deslumbrante, atractivo y diferenciador? ¿Uno que nos conduzca a profundizar en la caverna para volver a intentar atraparnos quizá hasta el infinito? ¿Es el metaverso una forma sublimada de extender esta realimentación dopamínica, de abarcarnos por completo, incluso con excusas medioambientales4?
Pero no hay que dejarse engañar. Hay muchas dietas de dopamina que se predican desde multitud de frentes que no buscan necesariamente liberarnos y salir de la caverna, sino alimentar el mito obsesivo de hacernos mejores. Hay en ellas todo un interés por liberarnos de la distracción para aumentar nuestra productividad, afines al discurso ideológico del capitalismo, interesado en alinear nuestra búsqueda de autorrealización con la producción y el consumo. Se trata de una denuncia de la cultura de la dopamina tramposa que en realidad lo que busca es aumentar esa productividad a ritmos de autoexplotación, como los que denuncia Byung-Chul Han. Pero no creo que la actitud ludita y tecnófoba, al estilo amish, tenga sentido, ni sea una solución factible. Apelar al regreso al tacto de los objetos frente a la futilidad de las no-cosas del mundo digital, como predica el filósofo coreano, parece un brindis al sol que, más que otra cosa, lo que logra es vender libros.
En realidad, tanto las dietas de dopamina como su consumo desmedido ocultan otra realidad y es que detenerse a pensar sigue siendo incómodo. El silencio y la soledad siguen inquietándonos, y nos empujan al calor del fondo de la caverna. Es posible que el proyecto del metaverso siga adelante fiando todo a nuestra reticencia por salir de ella, buscando extender el entretenimiento hasta narcotizarnos del todo. Porque, quizá, sacar la cabeza nos exponga a la angustia existencial que nos exige decidir libremente sin referentes, como describiera Sartre; a mirar al fondo del abismo de Nietzsche y que el abismo a su vez mire en nuestro interior, estremeciéndonos; a palpar a tientas que a la salida de esa caverna quizá no haya otra cosa más que el absurdo silencio de Camus con el que el Universo responde cuando le interrogamos por su sentido.
Orwell temía en su novela 1984 (1948) que la censura totalitaria interiorizada nos privara de la información para ser libres. Pero lo que Huxley temía en Un Mundo Feliz (1932) era que no hubiera razón para prohibir libro alguno porque nadie querría leerlos. Orwell temía que se nos ocultara la verdad y Huxley que la verdad se ahogara en un mar de irrelevancia. Por eso, en los labios de su protagonista gritaba:
"Pero no quiero comodidad. Quiero a Dios, quiero a la poesía, al verdadero peligro, quiero libertad, quiero bondad. Quiero el pecado."
Más de medio siglo después, en el famoso diálogo de la película Matrix, Morfeo plantea a Neo la dicotomía entre la pastilla roja y la pastilla azul:
“Esta es tu última oportunidad. Después, ya no podrás echarte atrás. Si tomas la pastilla azul fin de la historia. Despertarás en tu cama y creerás lo que quieras creerte. Si tomas la roja, te quedas en el país de las Maravillas y yo te enseñaré hasta dónde llega la madriguera de conejos. Recuerda: lo único que te ofrezco es la verdad. Nada más”
Si llega el metaverso y todo lo rodea, sumerjámonos con una pastilla roja en la mano.
Gracias por leerme.
A muchos os habrá venido a la cabeza el relato de Neo en la película Matrix, o el de Truman en el Show de Truman. La inquietud de esta pregunta sobre si todo es un engaño alcanza nuestros días en la forma de si vivimos en una simulación digital inadvertida, incluso en la reflexión filosófica contemporánea. Pero las raíces de ese interrogante un tanto paranoico no son actuales. El propio Descartes llevó hasta el extremo el estilete de su duda metódica preguntándose acerca de la certeza de lo real hasta quedarse simplemente con su propia duda. A Platón, en cualquier caso, le debemos probablemente la forma más arquetípica de este inquietante planteamiento.
El proceso de salir de la caverna y adaptarse a la luz del sol es la metáfora de la dialéctica, el método que Platón propone para alcanzar el verdadero conocimiento: un ascenso gradual mediante el razonamiento desde el equívoco mundo sensible hacia el mundo de las ideas, donde finalmente, después de superar el deslumbramiento, se contempla la idea del bien, la fuente última de toda verdad.
La educación según la alegoría es un proceso de transformación, liberación y un imperativo moral: El prisionero que se libera de las cadenas y asciende costosamente hacia el mundo exterior hasta conocerlo, debe regresar con su capacidad adquirida de razonar más allá de las apariencias para ayudar a liberar a los demás, aunque al hacerlo se exponga al rechazo o incluso al peligro. El correlato político es inmediato: los gobernantes de una sociedad deben ser filósofos-reyes, es decir, individuos que, habiendo salido de la caverna, hayan accedido al conocimiento de las ideas y comprendan la verdadera naturaleza de la justicia y el bien haciéndose los únicos aptos para el gobierno de la polis que la conduzca hacia el bien común. La deriva hacia un autoritarismo supuestamente ilustrado, hacia una tiranía de corte mesiánico, ha estado en la matriz de numerosas dictaduras de “iluminados”. Hasta que algunos, polémicamente, lleguen a afirmar que Auschwitz es Platón a rienda suelta.
Alguna vez se ha dicho entre sus defensores, particularmente el propio Zuckerberg, que mientras permanezcamos conectados al metaverso no dañaremos tanto el medioambiente. ¿No hay aquí una trampa mortal si es precisamente el medioambiente el que dejaríamos de disfrutar, experimentar y vivir aislados en un mundo virtual?
Te estás especializando en redactar textos que despiertan conciencias, buenísimo Javier!
A mi parecer, uno de los mayores problemas de esta "cultura de la dopamina" es un exceso de estímulos. No abogo por un romanticismo bucólico, y defiendo el uso de internet y tecnologías varias, pero a mi experiencia personal le resulta aversivo saltar de una noticia a otra, de una imagen a otra, etc.... No tengo problema en navegar un rato y elegir un video de tres horas, un partido de futbol o un libro/artículo, pero si voy saltando de aquí para allá me pongo tenso, por así decir. Creo que esto aplica a varias de las cosas señaladas en la tabla de la "aceleración" que has puesto.
Yo diría que el "amor" al saber casi siempre ha sido minoritario, practicado sobre todo por personas dentro de grupos que reforzaban tal dedicación. Hablar de saber o conocimiento es tan amplio que nos perdemos, ya que hay personas con gran conocimiento sobre cuestiones pero que no se cuestionan las finalidades que persiguen, y viceversa, hay personas muy reflexivas sobre sí y que les "vale verga" el conocimiento de distintas temáticas. También hay gente con conocimientos excelsos sobre aspectos concretos de mil ramas del saber y otra con una comprensión profunda de ciertos fundamentos generales.
Es cierto que los inicios de conocer y reflexionar son aversivos, especialmente cuando menos lo hayas hecho con anterioridad. Sin embargo, el conocimiento hace bien en vez de mal, contrariamente a lo que enuncian ciertos pesimistas. Una información conocida puede causarte rechazo o dolor, pero el conocimiento te enseñará a manejar eso y a entender porqué sucede. Eso sí, tampoco hay que fetichizar el conocer cual burro tras zanahoria que jamás comerá.
No obstante, creo que tanto la pastilla azul como la roja pueden hacer bien a distintos tipos de personas. La roja te hace más autónomo, eso sí, y depara otras vistas que no puedes ver si tomas la azul, que también tiene visiones que jamás verás con la roja.