He buscado quien era este Kirk, pues no conocía de su muerte, y combinándolo con tu mención a Thomas Paine, las cuentas salen solas: el otro es el mal y hay que eliminarlo en nombre del bien. La luz, ya sea la democracia, el progresismo o el conservadurismo (si estas palabras tienen referentes reales), debe imponerse y combatir a la oscuridad. Debe hacerlo de forma apriorística, basándose en la intención, sin tener en cuenta los efectos de tales acciones.
Paine decía que toda monarquía era despótica, tiránica y mala, y que la democracia debía extenderse por el mundo, liberando de la alienación a los súbditos de tales regímenes. La "voluntad popular subyacente" debía servirse, y si la población opinaba de forma distinta, eso era debida a que estaba alienada y contaminada (esto es: no podían pensar por sí mismos ni llegar a tal conclusión de forma lógica o racional), siendo lícito darles la vuelta y coaccionarlos con tal fin, para así "salvar su alma". Paine y Rousseau, dos "ilustrados" parecidos a Marx en su teleología apriorística heredada de la religión, también parieron a Wilson, que utilizó la propaganda, en la misma época en que Gramsci nos hablaba de la batalla cultural y Lippmann abogaba por un control de la información de arriba-abajo. Si a esto le sumas la señalización de virtudes y el colgarse medallitas en el pecho, entiendes bastante bien la polarización, tanto por los intereses desde arriba de las clases políticas (y los económicos de las empresas comunicativas) como por los de abajo, de la población general. Posicionarse de forma discursiva lleva aparejado recompensas y castigos en distintos grupos. La cultura de la cancelación no entiende de contenido, sino de función; de ahí el viraje "woke y anti-woke" (mismo perro con distinto collar). La censura y la batalla cultural tampoco, como muestra el Partido Demócrata, las políticas actuales de Trump o la censura de la UE, por no hablar de España, o por no hablar de la desinformación, la incompetencia profesional del cuarto poder y el contubernio existente entre el poder político y el cultural-informativo.
Como el otro es el mal, no hay que dialogar con él, pues podría contaminarnos a nosotros que estamos en el lado del bien (contradicción: si poseo la verdad, nada temo escuchar en contra, ¿no?). Por eso aceptamos de forma hipócrita el uso de la censura, de la muerte social y hasta de la eliminación física del otro, del malo; pero condenamos cuando se aplica a nuestro grupo. Por lo que he visto, esto es lo que ha sucedido con este hombre.
Para que haya diálogo ha de haber pluralidad de información, y no la hay. Pese a no haber censura hasta hace poco y salvo en temas concretos, en "Occidente" (otro vocablo que no sé si tiene referente real) llevamos décadas con una censura basada en la existencia de una "línea central" que domina todos los ámbitos. Lo que sé sale de esa línea no entra, no puede penetrar (de forma importante, me refiero) en la opinión pública general, pero tampoco en supuestos ámbitos especializados, como revistas, la universidad o prensa de calidad. Lo que, por decirlo de otro moda, no "está de moda", no se discute, no existe; lo engulle la "espiral del silencio". Las redes sociales abren espacios a lo minoritario, a lo que antes no entraba, pero tienden a encauzarlo en las mismas dinámicas de líneas centrales (o paquetes ideológicos reduccionistas limitados a ciertos temas), lo que ahora en grupos más fragmentados. La soledad digital tiene cosas buenas, pues impide la formación de grupos locales que puedan operar, pero también los forma de forma desconectada, juntando lo peor de cada casa. Al tener más alcance y al ser mayor la polarización, mayores probabilidades de que alguna persona se le vaya la pinza. Véase el intento de matar a Trump, lo sucedido con Kennedy y muchos otros casos de menor enjundia. Aquí no hay armas, pero sí muerte social e intentos del control de medios, de la opinión pública y de todo lo demás. Afortunadamente, en este contexto (en otros es perjudicial), somos muy comodones, reacios al sacrificio, y la violencia física lo requiere. Creo que esto es un "pro" en este tema de la soledad digital, siendo un "contra" en otras cuestiones.
Resumiendo: creo que más que un tema de contrapoderes, es una cuestión de intereses variopintos y plurales por un lado y el funcionamiento de las tecnologías de la información. Creo también que es inherente al funcionamiento de las democracias esta especie de "evolución" (o involución xD) hacía el control de la opinión pública. Veremos qué sucede, pero todo esto lleva años in crescendo y siendo justificado por los que participan en el juego (los políticos, los periodistas, los que hacen un comentario sin cuento en una gala de premios o en la radio, los que postean en su cuenta en esta línea, los que aplauden, los que abuchean....).
Otro gran artículo, post o como se llamen ahora las redacciones. Tocando la actualidad desde una perspectiva inteligente, con matices psicológicos y sociológicos. Gracias
He buscado quien era este Kirk, pues no conocía de su muerte, y combinándolo con tu mención a Thomas Paine, las cuentas salen solas: el otro es el mal y hay que eliminarlo en nombre del bien. La luz, ya sea la democracia, el progresismo o el conservadurismo (si estas palabras tienen referentes reales), debe imponerse y combatir a la oscuridad. Debe hacerlo de forma apriorística, basándose en la intención, sin tener en cuenta los efectos de tales acciones.
Paine decía que toda monarquía era despótica, tiránica y mala, y que la democracia debía extenderse por el mundo, liberando de la alienación a los súbditos de tales regímenes. La "voluntad popular subyacente" debía servirse, y si la población opinaba de forma distinta, eso era debida a que estaba alienada y contaminada (esto es: no podían pensar por sí mismos ni llegar a tal conclusión de forma lógica o racional), siendo lícito darles la vuelta y coaccionarlos con tal fin, para así "salvar su alma". Paine y Rousseau, dos "ilustrados" parecidos a Marx en su teleología apriorística heredada de la religión, también parieron a Wilson, que utilizó la propaganda, en la misma época en que Gramsci nos hablaba de la batalla cultural y Lippmann abogaba por un control de la información de arriba-abajo. Si a esto le sumas la señalización de virtudes y el colgarse medallitas en el pecho, entiendes bastante bien la polarización, tanto por los intereses desde arriba de las clases políticas (y los económicos de las empresas comunicativas) como por los de abajo, de la población general. Posicionarse de forma discursiva lleva aparejado recompensas y castigos en distintos grupos. La cultura de la cancelación no entiende de contenido, sino de función; de ahí el viraje "woke y anti-woke" (mismo perro con distinto collar). La censura y la batalla cultural tampoco, como muestra el Partido Demócrata, las políticas actuales de Trump o la censura de la UE, por no hablar de España, o por no hablar de la desinformación, la incompetencia profesional del cuarto poder y el contubernio existente entre el poder político y el cultural-informativo.
Como el otro es el mal, no hay que dialogar con él, pues podría contaminarnos a nosotros que estamos en el lado del bien (contradicción: si poseo la verdad, nada temo escuchar en contra, ¿no?). Por eso aceptamos de forma hipócrita el uso de la censura, de la muerte social y hasta de la eliminación física del otro, del malo; pero condenamos cuando se aplica a nuestro grupo. Por lo que he visto, esto es lo que ha sucedido con este hombre.
Para que haya diálogo ha de haber pluralidad de información, y no la hay. Pese a no haber censura hasta hace poco y salvo en temas concretos, en "Occidente" (otro vocablo que no sé si tiene referente real) llevamos décadas con una censura basada en la existencia de una "línea central" que domina todos los ámbitos. Lo que sé sale de esa línea no entra, no puede penetrar (de forma importante, me refiero) en la opinión pública general, pero tampoco en supuestos ámbitos especializados, como revistas, la universidad o prensa de calidad. Lo que, por decirlo de otro moda, no "está de moda", no se discute, no existe; lo engulle la "espiral del silencio". Las redes sociales abren espacios a lo minoritario, a lo que antes no entraba, pero tienden a encauzarlo en las mismas dinámicas de líneas centrales (o paquetes ideológicos reduccionistas limitados a ciertos temas), lo que ahora en grupos más fragmentados. La soledad digital tiene cosas buenas, pues impide la formación de grupos locales que puedan operar, pero también los forma de forma desconectada, juntando lo peor de cada casa. Al tener más alcance y al ser mayor la polarización, mayores probabilidades de que alguna persona se le vaya la pinza. Véase el intento de matar a Trump, lo sucedido con Kennedy y muchos otros casos de menor enjundia. Aquí no hay armas, pero sí muerte social e intentos del control de medios, de la opinión pública y de todo lo demás. Afortunadamente, en este contexto (en otros es perjudicial), somos muy comodones, reacios al sacrificio, y la violencia física lo requiere. Creo que esto es un "pro" en este tema de la soledad digital, siendo un "contra" en otras cuestiones.
Resumiendo: creo que más que un tema de contrapoderes, es una cuestión de intereses variopintos y plurales por un lado y el funcionamiento de las tecnologías de la información. Creo también que es inherente al funcionamiento de las democracias esta especie de "evolución" (o involución xD) hacía el control de la opinión pública. Veremos qué sucede, pero todo esto lleva años in crescendo y siendo justificado por los que participan en el juego (los políticos, los periodistas, los que hacen un comentario sin cuento en una gala de premios o en la radio, los que postean en su cuenta en esta línea, los que aplauden, los que abuchean....).
¿Qué añadir a esta respuesta? No cambiaría ni un espacio. Excelente, de verdad,, Calda. No puedo estar más de acuerdo con lo que dices. 👏
Otro gran artículo, post o como se llamen ahora las redacciones. Tocando la actualidad desde una perspectiva inteligente, con matices psicológicos y sociológicos. Gracias