El asesinato de Charlie Kirk está convirtiéndose en un vórtice emblemático y esperpéntico del tiempo en que vivimos. Su fuerza succiona y retrata las corrientes de nuestros días.
Sus raíces son profundamente digitales. Aunque aún sigue la investigación en curso, son denodados los esfuerzos en toda red y medio por convertir a su presunto asesino, Tylor Robinson, en un izquierdista radical, un monstruo enloquecido por la ideología woke y en particular la causa trans. Parece, sin embargo, que es un chaval que nunca había votado, con ideas políticas indeterminadas, de una familia mormona de clase media perfectamente normal, que se adentró en una cloaca digital cuyos pasillos subterráneos conducían al infierno. Parece que ha sido la podredumbre mental (brainriot) y no una ideología fuerte y definida la que ha cocinado ese cóctel que lo ha empujado a cometer ese delito alimentado, precisamente, por el consumo de memes en Internet1. Acelerada, además, por la soledad digitalizada, seña creciente de nuestro tiempo. Robinson abandonó la universidad, perdió el contacto con sus amigos, dedicó gran parte de su vida a los videojuegos y ha vivido gran parte de su vida en internet.
No obstante, antes de lograr esclarecer algunos de estos elementos, en apenas un parpadeo informativo, la viralidad de las especulaciones, las hipótesis, las teorías y los supuestos volcados como certezas en la arena digital fue atroz. Nuestros cerebros apenas identifican unos pocos elementos de la realidad y suele interpolar y rellenar de su parte la mayoría, por economía energética en un equilibrio adaptativo (es preferible estimar y fallar que gastar mucho en afinar). Pero cuando la ideología entra, rellena como un tsunami todos los huecos de nuestra ignorancia. La lógica algorítmica ha puesto el resto, como un catalizador que no sólo flexibilizó contenidos - incluso los de un tiro en directo - que exacerban nuestras emociones, sino porque cualquier opinión moderada sucumbe ante el acelerado protagonismo de las más estrambóticas que generan atracción. El meme sobre la reflexión y el silencio. Fue, como dice Antonio Ortiz, un asesinato extremadamente online. El perfil de Kirk ha acumulado millones de seguidores póstumos.
Sin embargo, parece que al Kirk real estamos perdiéndolo inexorablemente. No solo por el óbito sino por las trincheras que lo están desdibujando rápidamente a pesar o precisamente a partir de la hemeroteca digital. Por un lado, está escalando posiciones en los altares del martirologio conservador, endulzada hasta el empalago su capacidad para el diálogo, haciendo un panegírico de su apertura al diferente, su fuerza anclada en la fe y en el sentido común. Del otro lado, se ridiculiza su capacidad retórica, se le niega el homenaje, se subrayan hasta descontextualizar sus soflamas racistas, machistas, xenófobas y acientíficas bien documentadas, hasta llegar a considerar que se lo había buscado o incluso celebrar que alguien lo haya quitado de en medio. La reacción responde al patrón de lo peor que hemos cultivado en estos años: una reacción negativa, emotiva, obsesionada con los peores ejemplos de comentarios ajenos al grupo, decidida colectivamente a destruir la fe en la humanidad.
En el verdadero diálogo, en el intercambio de razones, hay opción para la persuasión, para el argumento, para el contraargumento ponderado, para la réplicas que matizan y muestran pruebas. En un diálogo, y no en un simulacro de diálogo o pseudodiálogo, somos capaces de reformular la posición del otro hasta el punto de que se vea reconocido en nuestra forma de expresar sus argumentos. Solo habrá diálogo si estamos abiertos a dañar nuestra autoestima, a abrirnos al error o a la evidencia. Solo desde el reconocimiento de la dignidad de nuestro interlocutor y el de la nuestra podremos lograr, tras un tortuoso camino, y solo en algunos casos - pocos - llegar a cambiar de opinión. Ya decía Thomas Paine que el derecho a la libertad de expresión es ante todo un interés egoísta, porque quien niega a otro la posibilidad de expresarse libremente lo que en realidad hace es hurtase a sí mismo la posibilidad de cambiar de opinión.
Sin embargo, en la inmensa mayoría de los casos en los que rehuimos el sofá del silencio relativista y salimos a la arena de un debate, no hay diálogo. La tecnología a golpe de un clic, a la distancia de las tele-comunicaciones, nos permite el anonimato y la frialidad para soltar ocurrencias brutales sin temor al tortazo. Y lo que se vuelca en la supuesta ágora pública de Internet es más bien una danza, un contorneo que nos permite enseñar las plumas como un pavo real, tratando de aparentar mayor tamaño y, sobre todo, pronunciar para nuestra tribu una señal, una prueba que nos haga ganar el reconocimiento de los nuestros. Porque como decía Bryan Caplan, si quisiéramos combatir el error, criticaríamos los errores de nuestro grupo y tal vez nos escuchasen porque hablan nuestro mismo idioma; pero si lo que pretendemos es ganar estatus, lo que hacemos es criticar al de enfrente sin piedad, porque no nos escucharán, pero a los nuestros les encantará. Acapararemos followers.
Huelga decir que las personas son sagradas y que al asesinato no le caben matices. Y, al mismo mismo tiempo, es imperativo decir que hay que ser despiadado con las opiniones. Conceder la posibilidad de expresarlas no es un bálsamo que las proteja y las nivele. No todas valen igual. Algunas destruyen. Incitan al odio. Algunas son absurdas. Conformarse con que todo el mundo puede tener su opinión igualmente válida es de una pereza moral palmaria que abre las puertas a que en el caldo del relativismo se imponga la ley del más fuerte.
La tecnología, sin embargo, nos ha brindado una posibilidad aparentemente fácil de socializar a través de falsos debates, de ficticias compañías, de simulacros de comunidad. Y algunos pueden llegar a producir terroristas políticos. Por supuesto, sería imprudente sugerir que las personas socialmente aisladas se convierten en este tipo de sujetos, pues la inmensa mayoría no lo hace. Pero no puede ignorarse que el aislamiento social es el indicador externo más importante para docenas de ataques y tiroteos.
Efectos de la soledad digital
El caldo de cultivo, el clima, que creamos tanto en el ámbito digital como en el real generan dinámicas nocivas que pueden descargarse en forma de violencia. Como señala Derek Thompson en un estupendo artículo, el aumento del “ocio sedentario” y en solitario de hombres jóvenes está probablemente cerca del epicentro del problema. Este aumento se ha evidenciado en estudios sobre el uso del tiempo en hombres y mujeres, que se ha dedicado al "ocio sedentario" (p. ej., ver la televisión, mirar el teléfono, jugar videojuegos) frente al "ocio activo" (p. ej., practicar deportes) de manera muy dispar. Con diferencia, el grupo de los hombres solteros sin hijos fue el más destacado. Es el que que menos horas de tiempo libre social, activo o comprometido, dedica a actividades. Hasta cuatro veces menos que el que dedican las madres con hijos.
Puede parecer que no hay nada malo en pasar tanto tiempo en soledad y sin hacer nada. Muchos jóvenes pasan mucho tiempo viendo la televisión, jugando videojuegos y atentos a sus móviles, sin cometer atrocidades políticas. Algunos, de hecho, se sienten perfectamente satisfechos con ello. Ciertamente, diversos estudios han mostrado que un mayor tiempo en soledad y sin hacer nada se asocia con una salud física y mental negativa. Pero ¿qué hay en ello que empeore y amplifique negativamente el comportamiento social? ¿qué hay de malo en pasar el tiempo online y en soledad?
Jay Van Bavel, psicólogo de la Universidad de Nueva York, apunta a cuatro principales leyes oscuras que envenenan esta soledad online:
El sesgo de negatividad aumenta los clics. Cada palabra negativa que los editores incluyen en sus titulares y publicaciones parece aumentar la probabilidad de clics. Un análisis de 105.000 variaciones diferentes de titulares de noticias reveló que, para un titular de longitud promedio, cada palabra negativa adicional aumentaba la tasa de clics en más de dos puntos porcentuales.
Las opiniones extremas aumentan el intercambio. Van Bavel y su laboratorio han descubierto que la dinámica de la psicología grupal de Internet a menudo amplifica las opiniones más extremas y minimiza las moderadas de una forma muy concentrada2. Estos usuarios a menudo aumentan su audiencia expresando las opiniones más extremas y "seleccionando" las opiniones más escandalosas del otro lado. Dada la parte desproporcionada de la atención total en línea que captan los bocazas más extremistas, el "centro moderado" de los usuarios generalmente está subrepresentado en Internet. Después del asesinato de Kirk, por ejemplo, los partidarios de ambos lados parecían estar muy familiarizados con las publicaciones más escabrosas de sus enemigos políticos, pero no hubo muchas cuentas que se volvieran virales al capturar capturas de pantalla de opiniones típicamente tranquilas de personas comunes que se comportan éticamente y expresan simple remordimiento, condolencia o preocupación. Así lo corroboran otros estudios:
La animosidad hacia el exogrupo aumenta la interacción. Van Bavel y otros investigadores han mostrado cómo hablar mal de otros podría ser la mejor manera de hacerse viral. Un artículo de 2021 que utilizó contenido de Facebook y Twitter descubrió que las publicaciones sobre el exogrupo político se compartían o retuiteaban aproximadamente el doble de veces que las publicaciones sobre el endogrupo. Cada término individual que se refería al exogrupo político aumentaba las probabilidades de que una publicación en redes sociales se compartiera en un 67 %. El lenguaje exogrupal, especialmente si era despectivo o expresaba animosidad, era el predictor más sólido de la interacción en redes. De acuerdo con las reglas de la conversación algorítmica, la animosidad hacia el exogrupo está aumentando en Internet por la misma razón que los triples están aumentando en el baloncesto, como bien sabe
: suman más.
El lenguaje moral-emocional se viraliza. Formular ideas con un lenguaje altamente emotivo y moral las hace virales dentro de nuestras redes, pero poco atractivas para quienes discrepan. Por lo tanto, el tono moralista de muchas conversaciones en línea esencialmente fortalece las paredes de nuestras cámaras de resonancia.

Cuando los jóvenes desplazan sus relaciones del mundo físico hacia la vida de Internet, participan en un tipo muy específico de conversación, más excitante, negativa, extrema y moralmente indignada. Un espacio en el que se realimenta su frustración e indignación, y que alimenta el deseo de que llegue cierto caos que acabe de una vez con las élites de siempre, sean las que sean, y a las que culpabilizamos de nuestros males. La tentación de hacer reset es muy digital.
Estos espacios consienten la violencia retórica, a distancia, porque nadie amenaza con darnos un guantazo. Así es mucho más fácil disfrazarse de militantes revolucionarios, bien protegidos en el anonimato y la habitación de nuestra casa. Una bendición para los cobardes. Que pueden andar cargando el ambiente como si una nube se electrificara hasta acabar descargando un rayo de violencia en el mundo real.
La chispa que enciende Reichtags
Afortunadamente, vivimos en tiempos que se hallan muy distantes de la violencia política que era común en las algaradas callejeras de hace no tantos años. Desde los anarquistas, pasando por múltiples organizaciones subversivas y terroristas, la violencia ha ido mitigándose en muchos lugares del planeta.
Sin embargo, hoy asistimos a nuevas formas de extremismo más desorganizado, impulsados por ese politeísmo moral del que hablara Weber, de una constelación heterogénea de ideas a veces sin excesiva sofisticación ni coherencia que abruptamente pueden desencadenar la aparición de lobos solitarios impredecibles que lo que fundamentalmente buscan es la violencia en sí. Y, además, al no significarse tan claramente con un grupo o una corriente ideológica determinados, en seguida caen pasto de la discusión ideológica post mortem. Y el rayo se puede propagar hasta el incendio.
La noche del 27 de febrero de 1933, el edificio del Reichtag, el parlamento alemán en Berlín, ardió con rapidez. Los bomberos llegaron pronto, pero el hemiciclo principal quedó devastado. La policía detuvo en el lugar a Marinus van der Lubbe, un joven comunista neerlandés, medio desnudo y aturdido. La versión oficial nazi fue inmediata: un complot comunista para desestabilizar Alemania. Hitler, recién nombrado canciller el 30 de enero, no dudó en atribuir el atentado al comienzo del terror comunista. El fuego permitió que, al día siguiente, el Decreto del Incendio del Reichstag suspendiera libertades fundamentales —prensa, reunión, expresión, correspondencia— y autorizara detenciones sin orden judicial. En la práctica, convirtió a la república de Weimar en un estado policial. Apenas un mes después, el 23 de marzo de 1933, se aprobó la Ley Habilitante que otorgaba a Hitler poderes dictatoriales.
Veremos hasta dónde llega la escalada en el caso de Kirk, porque la administración Trump ya va atesorando experiencia en poner en marcha movimientos hacia el autoritarismo, y este caso ya lo están aprovechando para forzar la cancelación de algunos humoristas y silenciar determinados medios críticos. En casos anteriores, la estructura de contrapoderes de la democracia americana impidió que la irracionalidad se desbordara. Veremos si la moderación sale a la calle y no se recluye en casa.
Gracias por leerme.
Al parecer, las balas del asesino estaban grabadas con referencias a videojuegos y memes de Discord.
En Twitter/X, el 97 por ciento de las publicaciones políticas provienen del 10 por ciento más activo de los usuarios.