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Avatar de Javier Sierra

Javier, qué brutalidad de texto. No solo por la hondura del tema, sino por el mapa que trazas con tanto respeto como lucidez. Cada sendero filosófico que nombras —de Kant a Weil, de Nietzsche a Arendt— se siente como una antorcha encendida en este túnel que es el “deber” cuando se vuelve mandato sin reflexión. Y sin embargo, logras devolverle humanidad.

Ese “Tu dois” leído como interpelación a los jóvenes me ha atravesado. Porque, más allá del concepto, hay una ternura en tu forma de mirar a quienes están empezando a sostener el mundo sin habérselo cargado aún. Como si dijeras: “No os pido que lo tengáis todo claro. Solo que penséis, que dudéis, que viváis con coraje”.

Gracias por este ensayo que invita no solo a pensar, sino también —y quizá sobre todo— a mirar más adentro de nosotros.

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Avatar de Chus Recio

Brillante, Javier.

Tu texto, más que un artículo, es una suerte de salmo laico, un discurso de montaña contemporáneo, una letanía cargada de filo y ternura que no teme señalar contradicciones ni bordear el precipicio del pathos. A cada “Tu dois”, uno siente el peso de una pedagogía que simplemente acompaña. Una llamada a despertar.

La forma en que recorres tradiciones filosóficas —de Kant a Arendt, de Simone Weil a Camus, pasando por Foucault o Confucio— sin caer en el academicismo, me recuerda más a la voz de un profeta desengañado que aún cree en la posibilidad del bien.

Tu texto convoca ecos poéticos. El primero, uno de mis favoritos: If, de Kipling, aunque aquí menos imperial y más dialéctico; más herido por la historia, más habitado por las paradojas del presente. También resuena la Elegía de Luis Cernuda, esa voz que, aun entre ruinas, se atreve a decir “yo no soy de este mundo”, pensándolo desde dentro como parte implicada.

Hay algo del aliento largo de Whitman, cuando el deber se vuelve canto de resistencia frente a lo uniforme. Y en los pasajes finales, donde se conjugan ternura y advertencia, se filtra un eco lejano de la Carta al padre de Kafka: ese deseo imposible de comprender y ser comprendido por otra generación.

Sin embargo, el poema que más me susurra mientras leo tu texto es Los Justos, de Borges. Porque el deber no siempre se grita: a veces se sostiene en gestos mínimos, callados, sostenidos desde la integridad individual. Tu texto parece dialogar con esa ética de la acción silenciosa, pero le añade el vértigo del presente hipermediático, donde el deber se confunde con performance y la autenticidad se pierde entre hashtags.

Por último, y quizás más íntimamente, hay algo en el tono que me recuerda a ciertas Cartas a un joven poeta, si Rilke las hubiera escrito en el siglo XXI, entre apps, algoritmos y la niebla de un futuro hipotecado. No hay condescendencia, pero tampoco desesperanza. Solo un deseo hondo de que la lucidez no se rinda.

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