Antes de comenzar, voy a pedirte que me des un par de pistas:
¡Muchas gracias!
Y, ahora, al lío con las coletas.
Cuenta la leyenda — una de las muchas que se atribuyen al barón de Münchhausen — que cierto día, al cabalgar por el campo, su caballo y él cayeron en un pantano. Cuanto más se movía, más se hundía en aquel lodazal, y el brío de su montura no lograba zafarse del fango. Pero el barón, hombre resuelto y creativo, no estaba dispuesto a morir ahogado. Su optimismo se lo impedía. Así que hizo lo más lógico… si uno es un personaje de fábula: se agarró con fuerza de su propia coleta y, con un acto supremo de voluntad, se sacó a sí mismo —y al caballo— del barro.
Esta historia ha servido repetidamente para ilustrar la paradoja de la autorreferencia imposible, el intento de sostener una posición, un argumento, un sistema, sin ningún punto de apoyo externo, sin un fundamento, sino pretendiendo un ejercicio circular, recursivo. Como suele bromearse, lo primero que hay que aprender para entender lo que es la recursividad es… la recursividad.
Vivimos tiempos en que los sistemas intentan salvarse a sí mismos con las herramientas que están agotando. Ecosistemas que se devoran a sí mismos. Tecnologías que destruyen el suelo en el que fueron sembradas. Arquitecturas de colaboración social y modelos que prosperan mientras desmantelan las condiciones de posibilidad de su propia existencia, cifrando la esperanza de su futuro en que alguna innovación aparecerá que les permitirá, en el aire, agarrarse de la siguiente liana. O aferrarse a su propia coleta, una y otra vez. Y a veces parece que funciona. Hasta que deje de hacerlo.
¿El fin de la web?
Hubo un tiempo en que entrar en Internet era navegar por un vergel cada vez más frondoso. A través de buscadores, era posible encontrar páginas y fuentes de información que parecían inagotables y que abrían campos tremendamente novedosos y creativos. Había morralla, sí, pero los buscadores primaban contenidos por su originalidad y una cierta creatividad con las palabras clave que fue depurando el arte del posicionamiento SEO. La web era un archipiélago vibrante sostenido por una regla tácita pero poderosa: yo publico, tú visitas. Esa frágil reciprocidad —visibilidad a cambio de contenido— fue durante décadas el pacto fundacional de internet, con todas sus oscuridades y sus discusiones sobre la neutralidad de la red. No idealicemos el pasado. Aunque para algunos, Internet se ha convertido hoy en un lugar tan confuso que hay gente tratando de reproducir a base de nostalgia la web 1.0.
Sin embargo, el gran distribuidor de contenidos, que hizo de la redirección ágil de tráfico y la priorización de posicionamiento de páginas web la clave de bóveda de su modelo de negocio, Google, ha empezado a sentir que el suelo se le movía bajo los pies. El tráfico de ChatGPT o de Tiktok y en general de las plataformas de IA Generativa empleadas para atender a consultas ha comenzado a ofrecer tasas de crecimiento preocupantes1. Las respuestas que la IA Generativa ofrece son suficientemente buenas y aún más rápidas y personalizadas. Lejos todavía de levantar apenas un minúsculo palmo ante el gigante que ligeramente empieza a ver caer su tráfico, la tendencia de los aspirantes apunta incluso a una curva exponencial.
La ventaja de las respuestas generadas por IA reside en que facilita la interacción con el usuario desplazando la búsqueda léxica - basada en palabras clave - por la búsqueda semántica - que aproximan mucho mejor los LLM, ahorrando después el trabajo de búsqueda dentro de cada web. Resulta más intuitivo resolver una duda y preguntar en un punto de información por aquello que buscamos a través del lenguaje natural y que nos respondan aunque sea de forma aproximada, a tener que andar rastreando y recorriendo por nuestra cuenta mapas de ciudades, planos de centros comerciales o guías de libros por los pasillos y estantes de una biblioteca. Rara vez tenemos suerte a la primera2.
Pero el futuro Google es probablemente el propio Google3. Lleva una delantera una tanto escondida en mil frentes del desarrollo de la IA y no ha tardado en poner un cortafuegos a esa aparente amenaza. Las nuevas funciones como AI Overviews o AI Mode no solo resumen los resultados: los absorben. Ya no muestran páginas; las convierten en notas al pie. Mientras Overviews empuja los enlaces hacia abajo, AI Mode directamente los margina. El clic, esa unidad mínima de reciprocidad digital, empieza a sobrar. En 2019, el 50% de las búsquedas ya acababan sin ningún clic. Hoy ya son el 75 %. El modelo estático de la web ha sido absorbido por una capa conversacional, como contaba aquí
.Y aquí aparece la paradoja muy al estilo Münchhausen. Porque estas IA que responden tan bien, lo hacen gracias a que fueron entrenadas… con la propia web. Blogs, foros, artículos, tutoriales, enciclopedias vivas como Wikipedia4 o Stack Overflow. Todo ese contenido fue el alimento de los modelos. Hasta que los esquilmaron, rozando la ilegalidad. Ahora se enfrentan al reto de tener que seguir alimentándose de nuevos datos - a través de la transcripción de vídeos, de los datos sintéticos generados por ellas mismas5, o de los surgidos de la interacción con usuarios. Pero al primar la propia respuesta, al encerrarse en sí mismas, al marginar el enlace y ahogar el tráfico saliente, estas nuevas interfaces están debilitando justo aquello que las nutrió.
Google parece estar enterrando viva a la web, según algunos. Está devorando el ecosistema que lo aupó como gigante tecnológico, transitando de la búsqueda a la generación. A corto plazo, seguirá siendo clave que no reviente por los aires su posición dominante en la navegación, que está en peligro6. Pero a medio plazo, si ya no hay visitas, ¿para qué escribir? Si nadie cita, ¿quién corrige? Si no hay retorno, ¿quién produce el próximo dato? El pacto se rompe. Y con él, el ciclo de renovación que permitía que el conocimiento digital siguiera expandiéndose, afinándose, corrigiéndose.
Esto no es solo una cuestión de tráfico. Es una cuestión de sostenibilidad cognitiva. Si la inteligencia artificial se alimenta del conocimiento humano, pero su despliegue masivo erosiona los incentivos para seguir generando ese conocimiento… ¿cuánto tiempo puede sostenerse la ilusión de que "responde sola"? Es una versión tecnológicamente avanzada de la coleta del barón: nos damos respuestas cada vez más sofisticadas, pero que cada vez tienen menos pelos y más finos.
Una inteligencia que aprende de los humanos, pero deja sin voz a los humanos que la instruyen. Cada vez más datos sintéticos que estocásticamente puedan converger hacia el pensamiento único; o divergir hacia la alucinación total. Google apenas había notado el rasguño del tráfico que los ChatGPT y compañía le estaban birlando. Ahora son los sitios web los que con esta medida de Google están notando aún más la vertiginosa caída en el tráfico que recibían - Y que servía de métrica para financiarse mediante la publicidad, y a su vez, pagar a Google.
¿El fin de los juniors?
La irrupción de la IA Generativa está resultando especialmente prolífica en la generación de código software. Las grandes tecnológicas como Google, Meta y Salesforce ya delegan buena parte de su programación en estos sistemas, lo que está transformando radicalmente el mercado laboral del software. Sundar Pichai, CEO de Alphabet, reveló que la IA genera más del 25% del nuevo código de Google, una tasa semejante a la de Microsoft, mientras que Meta se plantea que la mitad de su código sea producido por la IA para el año que viene. Esta tendencia ha llevado a empresas a congelar la contratación de ingenieros. En consecuencia, las ofertas para desarrolladores junior han caído a mínimos históricos, según datos de portales como Indeed y estudios de CompTIA, que reflejan un desplazamiento de la demanda hacia perfiles con más experiencia, capaces de supervisar los resultados de la IA Generativa.
Pero este no es sólo un problema de los desarrolladores de software. Resulta llamativo y alarmante el alto desempleo entre recién graduados universitarios en EE.UU., un país poco dado a esos valores, en un contexto en el que las grandes empresas tecnológicas de IA han pasado de contratar miles de ingenieros al mes a detener prácticamente toda incorporación. Parece que esto se debe a que las tareas que solían desempeñar los perfiles junior están siendo asumidas por la inteligencia artificial, lo que genera un debate entre quienes ven esto como un pánico moral injustificado y quienes creen que estamos ante un cambio tecnológico sin precedentes con efectos disruptivos reales.
lo planteaba muy bien aquí.Este desafío aflora una nueva coleta de Münchhausen que plantea un problema estructural: si los puestos junior desaparecen - abogados, ingenieros,… - , los futuros profesionales no tendrán oportunidades de formarse dentro del entorno laboral, aprender de los seniors, cometer errores y progresar. La IA está eliminando la base de la escalera profesional en muchas áreas del conocimiento, dejando a los nuevos aspirantes sin el espacio de aprendizaje tradicional. Aunque las empresas no están obligadas a generar empleo —su objetivo es maximizar beneficios—, esta transformación despierta inquietudes sobre el acceso al trabajo cualificado y la sostenibilidad del relevo generacional en el medio plazo en sectores estratégicos.
Si ya no se buscan perfiles junior, y solo son de interés los perfiles senior que sean capaces de orquestar y depurar los códigos y las alucinaciones del contenido generado por IA, ¿cómo criaremos a los perfiles senior del mañana?
¿El fin de la ciencia?
La ciencia moderna nace del mandato galileano: mídelo y, si no puedes medirlo, hazlo medible. La confianza en los datos y en el lenguaje matemático permitió conectar el mundo empírico con leyes racionales, y forjar así la revolución científica y técnica que define nuestra era. Galileo, Kelvin y luego las ingenierías heredaron esta máxima: medir es conocer, gestionar, mejorar. El progreso moderno se cimentó sobre este principio, que se extendió en campos como la economía, la medicina, la educación o la gestión. Pero esta medida, que en su origen pretendía desvelar el orden del mundo, empezó a volverse un fin en sí misma. Y ahí surgieron las grietas sobre sus fundamentos.
Cuando una métrica deja de ser un instrumento y se convierte en objetivo, se desnaturaliza. La llamada ley de Goodhart lo expresó con claridad: toda medida utilizada como mecanismo de control acaba perdiendo su capacidad de representar la realidad. Lo vemos en los rankings escolares, los algoritmos de redes sociales y hasta en los sistemas de gamificación o monetización de contenidos. En cada uno de esos casos, el sistema se optimiza para el número, no para el propósito. Y en ese proceso, los actores racionales acaban destruyendo lo que el sistema intentaba preservar.
Esto está resultando especialmente desolador para el caso del sistema de citas y revisión por pares de las publicaciones científicas, que amenaza la sostenibilidad de nuestro sistema de progreso. Inicialmente ideado para mejorar la calidad de la producción científica, sus métricas han ido pervirtiendo el proceso: la creación del índice H se ha revelado para muchos como una de las peores ideas para medir el impacto científico7, y ha fomentado la proliferación de revistas depredadoras, el aumento de las tasas de publicación y la pérdida en gran parte de su rigor y prestigio, incluso entre los científicos. Es conocida la deriva a la que este sistema se ha entregado, con la dicotomía del “publica o perece” (publish or perish) y que lo acerca a la agonía o incluso a la implosión. Quizá la IA sea capaz de suplir nuestras carencias, pero de momento está enfangando la producción científica en muchos focos, optimizando aún más este sistema pervertido. La indexación de artículos falsos, la manipulación de indicadores bibliométricos, los escándalos de autores falsamente autocitados hasta la extenuación, etc. Ejemplo directo de que nos autosujetamos cada vez más de nuestra propia coleta.
Si a esto se suma que cada vez resulta más difícil innovar, porque las manzanas más bajas del árbol ya fueron recogidas y es menester alzarse hasta alturas improbables para seguir buscándolas, la innovación parece estarse estancando. Y esto puede poner en peligro la sostenibilidad de nuestra capacidad de crecimiento, que va desprendiendo las plumas de las alas de Ícaro con las que seguimos alzando el vuelo. De hecho, la productividad científica — la capacidad de obtener conocimientos nuevos — no deja de caer, a pesar de que el número de científicos y tecnólogos sigue en récords históricos.
Como decía el físico teórico Michio Kaku: no es posible enseñar cálculo diferencial a un chimpancé. Los mejores profesores y el mayor esfuerzo que le dediquen no harán que el pobre mono logre alguna vez en toda su vida manejar las derivadas y las integrales. ¿Qué nos garantiza a nosotros, pobres humanos, que vayamos a ser capaces de descubrir la teoría del todo, la fusión fría, la naturaleza de la consciencia, el fundamento de la materia y la energía oscura, el origen de la vida, la existencia de dimensiones adicionales, el entrelazamiento cuántico a escala macroscópica, los universos paralelos, la computación cuántica a gran escala,… Quizá no seamos la especie elegida para seguir. Pero si ahogamos nuestra propia producción científica, ¿cómo seguiremos produciendo innovación y crecimiento económico?
¿El fin del trabajo?
La automatización tecnológica de nuestro trabajo ha sido una amenaza que se ha repetido como un mantra alimentando multitud de tecnofobias a lo largo de la historia. Hemos dedicado denodados esfuerzos en cada vez más profesiones a profundizar en nuestra capacidad tecnológica para ahorrarnos trabajo. Hasta ahora, sin embargo, la propia innovación que ha hecho obsoletos diversos puestos de trabajo ha permitido al mismo tiempo la creación de nuevas profesiones antes inimaginables. Probablemente nunca como hasta ahora ha habido tanta gente trabajando, en términos no sólo absolutos sino también relativos a la población. A pesar de las predicciones de Keynes de que a estas alturas trabajaríamos apenas unas horas a la semana, seguimos ocupando espacios para generar valor y resolver necesidades que siempre resultan infinitas e insaciables.
Pero la tasa a la que los nuevos empleos se crean no siempre ni necesariamente responde a las tasas de destrucción por obsolescencia de antiguos empleos automatizados. Y hoy nos enfrentamos probablemente a una nueva revolución tecnológica que amenaza incluso a los cualificados trabajadores de cuello blanco8. La introducción cada vez mayor de tecnología robótica en la industria y los servicios asimismo desplazará importantes bolsas de mano de obra. Y eso nos estremece incluso desde el punto de vista del vacío existencial que puede llegarnos a generar el ocio sin propósito:
Más de la mitad de las empresas se plantea fusionar los departamentos de RRHH y de IT para hacer frente a este nuevo paradigma de la productividad digital. Muchos consideran que debe existir un área que lidere cómo implementar la colaboración humano-máquina y determinar qué trabajos debe desempeñar un humano y cuáles una IA.
Pero si en un horizonte a medio plazo cada vez más capas de población se vuelven inactivas y los intentos por establecer sistemas de renta universal fracasan, ¿quiénes serán los consumidores que dispongan de recursos para poder gastarlos en consumir los productos y servicios de esas empresas tan tecnológicamente avanzadas?
La autoliquidación del progreso moral
En nombre del progreso moral, hemos construido nuevas formas de censura. Aquello que empezó como una exigencia legítima de reconocimiento y justicia —corregir desigualdades históricas, denunciar abusos, desmontar privilegios— ha ido derivando en un clima donde la corrección no siempre se busca mediante el diálogo, sino mediante la condena. La llamada cultura de la cancelación, particularmente practicada en EEUU, convierte errores en etiquetas permanentes, sospechas en verdades irrefutables y opiniones en delitos simbólicos. En este contexto, defender principios como la libertad de expresión o la presunción de inocencia ya no es signo de una ética ilustrada, sino de complicidad con el “sistema”. Y sin embargo, son precisamente esos principios los que hicieron posible el avance moral que ahora se reclama.
La paradoja se vuelve clara: en nombre de la justicia, se debilitan las garantías que sostienen la justicia misma. El derecho a equivocarse, a matizar, a cambiar de opinión, queda reducido frente a la urgencia de señalar culpables. El humor se cercena y descontextualiza. Las redes sociales, con su lógica binaria de aplauso o linchamiento, aceleran ese proceso. El resultado es un ambiente enrarecido, donde incluso quienes defienden causas nobles lo hacen con miedo, calculando cada palabra para no ser arrastrados por la misma ola que apoyan. Así, el progreso moral se asfixia en su propio exceso, perdiendo la capacidad de convencer para adoptar la costumbre de imponer.
Esta deriva revela un mecanismo ya conocido: cuando un ideal se absolutiza, acaba devorando las condiciones que lo hacían viable. Sin libertad para disentir, el respeto se convierte en coacción; sin espacio para la duda, la ética se vuelve dogma. Como en una nueva coleta del barón que resulta insostenible, el discurso moral, al intentar purificarlo todo, termina esterilizando el terreno donde florecía el entendimiento. Y entonces, en nombre del bien, se restaura lo peor: el miedo al pensamiento libre, el silencio estratégico, el juicio sin proceso. No es una regresión al pasado, sino una nueva forma de opresión con lenguaje progresista.
La escalera de Wittgenstein
Wittgenstein, tratando de fijar mediante el lenguaje los límites del propio lenguaje en su Tractatus Logico-Philosophicus, dejó escrita al final una conocida frase que ha desconcertado y fascinado a generaciones enteras de filósofos:
Mis proposiciones son esclarecedoras de este modo: quien me comprende al final las reconocerá como carentes de sentido (sinsentido), siempre que haya salido a través de ellas, por ellas, fuera de ellas. (Debe, pues, por así decirlo, tirar la escalera después de haber subido).
En muchos sentidos, nuestra cultura ha hecho justamente eso. Hemos subido alto —científica, técnica, moralmente— gracias a una red de principios, métodos y equilibrios que ahora parecen prescindibles. La web abierta, el mérito cultivado, el aprendizaje pausado, el disenso tolerado, la verdad como horizonte imperfecto… y, muchos más que no hemos citado aquí, eran peldaños. Pero nos hemos vuelto tan eficaces, tan seguros de nuestras nuevas capacidades —ya conversacionales, algorítmicas o morales— que nos permitimos desechar lo que nos trajo hasta aquí. Y sin embargo, no hay cima que no dependa de su base.
El problema no es, desde luego, haber subido. Ni siquiera que queramos llegar más alto. El problema es olvidar cómo lo hicimos, y no reparar en preservar de forma alternativa esos fundamentos. En sostener una mirada crítica que nos impida adentrarnos en ascensos insostenibles. Porque si tiramos la escalera demasiado pronto, corremos el riesgo de no poder volver a bajarla nunca más. Y en ese caso, el vértigo no vendrá por la altura, sino por el batacazo que nos daremos.
Gracias por leerme.
En septiembre de 2024, ChatGPT superó a Bing en tráfico mundial, y en abril de 2025, fue el único sitio entre los diez más visitados que experimentó un aumento en el tráfico, mientras que otros como Google, YouTube y Facebook vieron disminuciones.
El botón “Voy a tener suerte” de Google llevaba directamente al primer resultado de búsqueda, omitiendo los anuncios y evitando surfear entre resultados, lo que generaba pérdidas millonarias para Google. Desde 2010 la función instant autocompleta la búsqueda con resultados más probables según el perfil del usuario que busca escondiendo aún más esa función. El botón aún existe, con su punto simbólico y de nostalgia, pero menos del 1 % de los usuarios lo utiliza.
Google y DeepMind han reafirmado su posición dominante en la carrera por la IA en múltiples áreas. A de haberse cuestionado su liderazgo frente a competidores como OpenAI, Google ha recuperado protagonismo con avances decisivos en modelos de lenguaje, eficiencia y latencia, robótica, biología, creatividad audiovisual, hardware propio, integración en móviles y productividad. Además, destaca su liderazgo en investigación, talento y control total de la cadena tecnológica, desde chips hasta aplicaciones, consolidando así una hegemonía difícil de igualar.
lo analiza muy bien aquí. Otra cosa es que no haya manejado tan bien el marketing y la comunicación mediática.No deja de resultar impactante la reciente noticia de que ChatGPT ha superado en el tráfico al recibido por Wikipedia.
Algunos creen que esto no supondrá una degradación. Ya se sabe lo que les sucedió a las vacas cuando les dimos pienso enriquecido con carne animal: se volvieron locas.
Si Alphabet se ve forzada a decirle adiós a su navegador estrella, sus acciones podrían pegarse un batacazo de hasta el 25%. Y no es una exageración: Chrome representa cerca del 35% de los ingresos publicitarios por búsquedas, con una base de usuarios que ronda los 4.000 millones.
Einstein, por ejemplo, puntuaría muy bajo frente a científicos contemporáneos casi irrelevantes.
Los trabajadores de cuello blanco son aquellos que desempeñan tareas principalmente intelectuales, administrativas o de oficina, en contraposición a los trabajadores de cuello azul, que realizan labores manuales o físicas. El término, que se popularizó en el siglo XX, alude al tipo de vestimenta formal (camisas blancas) asociada tradicionalmente a profesiones como contabilidad, gestión, derecho, ingeniería, finanzas o funciones administrativas. Estos trabajadores suelen operar en entornos corporativos o institucionales y su trabajo se basa más en el uso del conocimiento, la comunicación y la toma de decisiones que en el esfuerzo físico. En la actualidad, muchas tareas de cuello blanco están siendo parcial o totalmente automatizadas por herramientas digitales e inteligencia artificial, lo que plantea nuevas tensiones en torno a su sostenibilidad laboral.
Excelente. Siempre tuve la sensación de que el mundo se dirige a una nueva Edad Media de oscurantismo, ya no impuesto por la religión sino por la tecnología: es cada vez menos necesario pensar, está todo resuelto, no hay más preguntas.
Hola Javier
En estos tiempos en los que parece que el mundo gira alrededor de la vileza (Trump, Gaza, nuestros corruptos nacionales), siempre es bueno recordar que la partida, la gran partida, se está jugando en otro sitio.
Que nosotros no formemos parte de ella no significa que no vayamos a cambiar con ella. Gracias por escribirlo. Brillante.