El pasado viernes tuve la fortuna de ser invitado por
y Eva Garnica a las Jornadas de evolución y neurociencias, celebradas en Bilbao, en su séptima edición, y organizadas por la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU y la Red de Salud Mental de Bizkaia (RSMB), con el apoyo del Departamento de Ciencia, Universidades e Innovación del Gobierno Vasco. Una sesión que al parecer cuenta año tras año con miles de asistentes entre presenciales y virtuales.Las jornadas proponían un viaje al comportamiento humano desde una mirada interdisciplinar, conectando a profesionales y personas interesadas en distintos ámbitos como la psiquiatría, la biología o la arqueología con un interés común: analizar la conducta humana desde una perspectiva evolucionista. Durante dos días, se exploraron desde las conductas de nuestros antepasados prehistóricos hasta desafíos actuales de la mente humana. Se recorrió el canibalismo humano en la prehistoria, el papel olvidado de las mujeres en la evolución, la conexión entre la microbiota y trastornos como la depresión, el autismo o el alzhéimer, el origen de algunas creencias irracionales o la posibilidad de erradicar la violencia.
Y a mí me tocó aportar un granito de arena un tanto heterodoxo sobre un tema que muchos sabéis que me apasiona: el crecimiento de la información. Comencé con esa conexión que existe entre el inexorable avance de la entropía en el universo que todo lo descompone y su formulación matemática expresada por Boltzman, y la teoría de la información de Shannon que emplea una fórmula similar para expresar la incertidumbre - entropía informativa - que es reducida cuando somos capaces de acumular información. La vida es acumulación de información, de orden, de neguentropía al decir de Schrödinger, y, en muchas ramas evolutivas y en general en el crecimiento del árbol evolutivo, se expresa como un crecimiento de la complejidad. Porque la complejidad, aunque más vulnerable a cambios bruscos, suele proporcionar mayor versatilidad para la adaptación.
Por eso la vida ha crecido en el tamaño de sus organismos, en la complejidad de sus estructuras y en la de las interacciones de sus especies sociales. E hizo proliferar en múltiples filos el crecimiento del cerebro como órgano informativo por excelencia, en un proceso de encefalización que ha mostrado enormes convergencias adaptativas para mejorar la acumulación y el procesamiento de información. Las especies más cabezonas, de hecho, suelen ser más inteligentes.
No porque seamos ninguna cumbre de la naturaleza, pero lo cierto es que en nuestro género, este crecimiento cerebral se volvió especialmente relevante, con una expansión exponencial del volumen craneal, hasta que la información encontró otra vía para seguir creciendo fuera de nuestro cuerpo: la emergencia de la esfera cultural como información socialmente compartida de forma intensiva permitió que aflorase esa esfera simbólica en que los humanos comenzamos a construir nuestras relaciones de una manera mucho más prolífica. Para que esto fuera posible, la transmisión de la estructura y el orden que codifica la información a la realidad fue clave: las primeras tecnologías de la piedra y el fuego materializaron esa información fuera de nuestras mentes, y desencadenaron una serie de bucles realimentados que beneficiaron el crecimiento del cerebro. Por eso puede decirse que la tecnología nos fraguó como especie.
Pero si hay un hito que realmente da comienzo a la historia del crecimiento de la información que hemos vivido en nuestra especie es la primera de las revoluciones de la información: la revolución del lenguaje. Este nos permitió cooperar de una manera tremendamente versátil y eficiente por encima de otras especies homínidas, persuadiéndonos en grupos cada vez más grandes capaces de cometer acciones inalcanzables para otras especies. Nuestro oído se sintonizó por eso, ante todo, con nuestras gargantas. Ante el dilema de seguir aumentando nuestras cabezas frente al estrechamiento del canal de parto que había provocado la bipedestación, la información encontró una vía para seguir creciendo fuera del cuerpo y orquestar nuestra cooperación a través del lenguaje.
Durante miles de años la oralidad nos proporcionó suficientes mecanismos como para colonizar buena parte del planeta. Pero lograr plasmar la información en medios duraderos ensanchó las dimensiones de nuestra cooperación: la revolución de la escritura emergió de la cooperación humana basada en el comercio y la catalizó, con el ejemplo paradigmático de la acuñación de moneda, permitiendo la emergencia de civilizaciones como la china, la india, la mesopotámica, la egipcia, o la mesoamericana. La escritura permitió comenzar a acumular conocimientos matemáticos, astronómicos o médicos mucho más precisos; y articuló la posibilidad de trabar una forma de cooperación con nuestros antepasados que construyó legitimidades aún más potentes para la persuasión social. Los primeros juntaletras dieron a luz a la historia.
Esta historia apoyada en la escritura ilumina y conecta las experiencias de numerosas civilizaciones. La aparición del alfabeto fue una revolución inserta en la de la escritura que aumentó la democratización de nuestro acceso a la información regresando a la fluidez universal del habla. Y permitió el desarrollo de culturas como la fenicia o la griega que desarrollaron ciencia, filosofía y comercio hasta alcanzar niveles protoindustriales. Una civilización tan longeva como la Romana habría sido inexplicable de no ser por la ingeniería de sus calzadas, que conectaron territorios tan bastos de Escocia a Palestina y de Cádiz hasta el Danubio, gracias al transporte de tropas, recursos, e información basada en el latín compartido como lengua franca.
Pero si Europa llegó a prosperar hasta proyectarse mundialmente no fue sino porque supo absorber las enormes innovaciones que durante siglos China fue capaz de desarrollar, conciliando sobre su escritura ideográfica su respeto confuciano por la tradición y una fuerte orientación a la innovación práctica. Aunque su renuncia a esta curiosidad tradicional acabaría pasándole factura, China proporcionó al mundo grandes innovaciones como el papel, la brújula, la pólvora o la imprenta xilográfica. Tras la batalla de Talas y en el contacto con los chinos, los musulmanes expandieron el conocimiento del papel, y sobre él afloró la ciencia islámica que tantas innovaciones astronómicas, matemáticas, filosóficas y de ingeniería trajo al mundo. Y por supuesto resulta reseñable el episodio de los mongoles que, además de colaborar con la propagación de ciertas enfermedades como acaso aconteció con la peste, con su estructura comercial de tipo nómada, expandió el conocimiento de la pólvora que tan bien fue recibido en Europa. Los mongoles le deben mucho a la información, aunque como pueblo ágrafo acabaron siendo asimilados por las culturas alfabetizadas que durante un tiempo mantuvieron bajo su dominio.
El comienzo de la Modernidad no se comprendería sin la tercera de la revoluciones de la información. La imprenta posibilitó la dinamización económica de la ciudades europeas, la articulación de nuevos modelos de relación social y de disidencia, la burocracia moderna, la alfabetización creciente de buena parte de Europa tras la Reforma, la aparición de la Revolución Científica, la acumulación de capital humano, la emergencia de los estados nación, las revoluciones liberales que incentivaron la innovación y la economía, la emergencia de una República de las letras, y finalmente la Revolución Industrial.
La cuarta y presente revolución de la información basada en las tecnologías digitales de la información y de las comunicaciones que estamos viviendo resulta tan prometedora como desconcertante. Está removiendo el suelo bajo nuestros pies poniendo en cuestión, como antes lo hizo la imprenta, nuestros modelos de relación social y política. Puede ofrecer una cara más optimista que observe las nuevas formas de cooperación de disidencia en Internet, o que intuya que la gestión masiva de datos y de inteligencia artificial van a disparar la innovación y expandir nuestro crecimiento económico bajo un nuevo paradigma tecnoeconómico; e incluso alargar nuestras vidas haciéndolas superar “la velocidad de escape de la longevidad” como para que soñemos con vivir para siempre. Pero también ofrece una cara más apocalíptica, que siempre resulta paradójicamente atractiva, y que nos habla de las capacidades de los algoritmos para captar nuestra atención, para inundarnos de desinformación, para poner en peligro nuestras democracias, para aletargarnos en espacios virtuales, para aislarnos catalizando nuestra epidemia de soledad, e incluso acabar abriendo nuestra propia caja de pandora digital. Una nueva ola de información que tendremos que surfear.
Con mis gazapos, para los más cafeteros, con gráficas chulas y mapas curiosos, aquí os dejo el vídeo de la presentación completa de casi una horita1 que retransmitió y grabó la televisión vasca EiTB:
Muchas gracias a
y a Eva por la invitación, la cálida acogida y la oportunidad de participar junto a ponentes muy interesantes. Os recomiendo, por ejemplo, la charla sobre la conexión entre la microbiota y trastornos mentales del profesor Ignacio López Goñi, pues aunque parezca que estemos en la edad de piedra de los estudios en microbiota, los experimentos compartidos son tremendamente prometedores, y explican que haya una expectativa creciente que nos haga creer que estamos en la edad de oro. También os recomiendo la charla sobre la posibilidad de erradicar la violencia del profesor Roberto Colom, con un punto reivindicativo y provocador, promoviendo la intervención social personalizada, y derribando mitos sobre el origen cultural y natural del comportamiento violento. Y finalmente os recomiendo la ponencia sobre el origen de algunas creencias irracionales por parte del profesor Hector García (en inglés) que conecta el tribalismo de los cazadores-recolectores con la enorme muestra de lealtad que supone sostener esas creencias inverosímiles. Otras charlas que también están disponibles en la misma web fueron asimismo interesantes.Y para cerrar, como vengo compartiendo en los últimos días, os invito a acercaros mañana domingo 1 de junio, los que podáis y os apetezca, a la Feria del Libro de Madrid donde, además de disfrutar entre libros y ambiente de esta fiesta de la información escrita que nos hace aprender, reflexionar, imaginar y soñar, podremos encontrarnos en la caseta número 65 de la fantástica librería La imprenta de 19 a 20:30.
Y, ya por un tiempo, dejo de hablar de mi libro :)
Gracias por leerme.
A velocidad 1,5, ni tan mal :)
Me encantó la charla. Que suerte para los asistentes haber visto a dos gigantes como Pablo y tú. Enhorabuena a los dos.
Yo vi algunas charlas online, e incluida la tuya, me encantaron. Zorionak!